Cuento | Vuelve

Vuelve-cuento
Te despides. Me despido; aunque quisiera agregar un te quiero, sé que no lo quieres escuchar. No sé si volveré a escucharte. El timbre suena, vuelve... Foto: Aideé López.
Te despides con un abrazo y un beso telefónico. Me despido con lo mismo; aunque quisiera agregar un te quiero, sé que no lo quieres escuchar, así que me contengo. No sé si volveré a escucharte.

…Sin señales ya de vida, tus palabras ya no brillan;

como ya no puedo verte, mala suerte,

mas que en sueños te lo digo…

“Gran Adiós”, Natalie Reyes.

I

La navidad afloja los corazones, como que sacude las telarañas del olvido, el dolor y el rencor, y permite que en ellos florezca algo similar a las flores de nochebuena.

He de confesar que me siento ajeno a su felicidad; no, no es que odie la navidad, sólo que no la siento en mi cuerpo, ni en mis emociones, ni siquiera en el frío de diciembre.

Faltan tres horas para salir del trabajo, aunque corre el rumor que hoy nos dejarán salir temprano; hasta el jefe más huraño se deja invadir por la alegría decembrina. Así que hoy llegaré temprano. Te extraño, pero sé que al llegar a casa no te encontraré. Hace 10 meses te marchaste y, cada día que pasa, dudo que vuelvas.

Si supiera dónde andas, iría por ti. Detrás de la puerta tengo la maleta lista. Si volvieras y me pidieras ir tras de ti, la cogería, cerraría la puerta de casa con llave y emprendería el viaje contigo. Si tan sólo volvieras…

En fin.

El jefe ha salido de su despacho, nos ha deseado una feliz navidad y ha permitido nuestra salida. Iré a casa.

II

Puse el árbol de navidad. Sé que esta época te gusta, por eso lo hice. También colgué algunos adornos sobre las paredes. Ni qué decir de las lucecitas que pasé a comprar tras salir de la chamba, ni de la cena que está terminándose de cocer.

No es por echarme flores, pero, ¡qué bien me quedó! Ojalá pudieras verlo. He de confesarte que me tiemblan las manos y la voz. Necesito escucharte, aunque sea por unos minutos. No importa si son segundos, lo necesito. Si te marcara y me contestaras, sólo te desearía una feliz navidad y una buena cena; sólo eso.

No te he contado, pero el fin de semana pasado, imprimí las fotos que nos tomamos juntos. Son muchas. Mañana buscaré un álbum y las pondré en él. Cuando vuelvas te lo mostraré. Cuando vuelvas, la navidad retomará su color, su magia, su felicidad.

III

Ya está la cena. Compré un pollo y lo bañé en esa salsa agridulce que tanto nos gustaba, la misma que aprendimos a hacer el día en que nos mudamos a esta casa. Freí papás y las sazoné con un poco de orégano, como las comíamos cuando contábamos el dinero para ir a los restaurantes de la plaza donde nos conocimos. Las acompañaré con una ensalada de lechuga, jitomate, arándanos, algunos cacahuates y el germen de soya; sí, esa ensalada que era nuestro manjar cuando la quincena aún no llegaba y el refrigerador estaba casi vacío.

Cuando el ponche acabe de hervir, todo estará listo.

IV

Uno, dos, tres, cuatro timbres. Una pausa. Silencio. Tu voz: “¿bueno?” El corazón no sabe si detenerse o desbocarse. Te contesto. Pido no cuelgues. Te digo que no quiero molestar, sólo saludarte y oírte un poco, escuchar tu voz, porque sabes que para mí siempre ha sido como mi medicina, un delirio.

Agradeces. Te deseo una feliz navidad, aunque quisiera pedir que vuelvas. Me deseas lo mismo y preguntas qué cenaré. Te cuento. Ríes. Es música para mi alma. No sé si preguntar lo mismo, lo hago. Respondes rápido, como temerosa. Una voz al fondo. Creo me he metido donde no. Reviro. Te cuento del árbol que puse y del regalo que compré para ti.

Vuelves a agradecer y dices que pronto irás por él. Sé que no sucederá, lo dices para no hacerme sentir mal; pero finjo y te digo que sí. Tu voz suena a risa, lo sé.

Te despides con un abrazo y un beso telefónico, rondo lo patético pero eso me hace feliz. Me despido con lo mismo; aunque quisiera agregar un te quiero, un te amo, sé que no lo quieres escuchar, así que me contengo. No sé si volveré a escucharte.

Amarro el miedo y te lo digo: te quiero, te amo. Adiós, respondes. Adiós, contesto.

Llega el silencio y el llanto a mis ojos. Enciendo la radio. El corazón se estruja. Lisandro canta:

“…Vuelve, de donde quiera que estés y con quién quiera que estés, vuelve…”

El timbre suena. Vuelve…

 

 

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2 Comments

  1. says: Ma. Cristina Sánchez Velasco

    Hermosa descripción de la felicidad que siente quien ha tenido que separarse e intenta restablecer el “contacto”, el sólo hecho de pensar en escuchar la voz del otro, el preparar una cena que no disfrutarán juntos, etc. Reitero: es hermoso el relato pues quien así lo siente lo está disfrutando, pero…¡¡nada como la realidad!! en vez de “bordar en el vacío”.
    ¡¡Bien porque logras transmitir esas emociones!! ¡¡Que tengas una hermosa Navidad rodeado de todas y todos aquellos a quienes amas y TE AMAN!!

    1. says: Los ojos Staff

      Muchas gracias por el comentario y los deseos. Es gratificante saber que logré transmitir las emociones que, en dicho momento, me embargaban. Como bien dice, nada como la realidad. Y ésa hay que buscarla.

      Juan Pedro Salazar.

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