Por: Aldo Rafael Gutiérrez // Circo de tres pistas
@aldorafaello
–¿Y tú qué vendes?
–Bueno, le doy difusión a la cultura y…
–No, pero en si, ¿qué es lo que vendes? Para que me entiendas ¿qué ganancia generas?
–Pues…
Con esa pregunta mi cabeza giró durante varias semanas y me puse a reflexionar sobre la utilidad del periodista y su importancia en este siglo. Una idea suelta (descabellada, absolutamente debatible si quieren, por su esencia mercantilista como mínimo), pero que me parece una de las claves sobre el porqué la gran mayoría de reporteros y periodistas ejercemos nuestra profesión en condiciones precarias.
Y es que el mundo global nos ha insertado en una dinámica de consumo, donde si no produces algo que pueda venderse (objeto o servicio), no eres de utilidad, por el contrario, representas un gasto y tu presencia en las empresas es innecesaria.
Esa dinámica nos ha reducido a simples números, recursos similares a las botellas de pet que pueden ser desechados o, en el mejor de los casos, reutilizados en otras áreas de trabajo. No es fortuito que las redacciones cuenten con un mínimo de personal, capaz de desempeñar diferentes funciones en las distintas áreas periodísticas: prensa escrita, radio y televisión.
Con la llegada de las nuevas tecnologías y la creación de los portales multimedia, las empresas comenzaron a exigir que sus filas de trabajadores conocieran o se adaptaran a los modos ‘multi tareas’: capacidad para redactar, hacer locución, salir a cuadro y manejar software especializado en la edición de audio o video.
De esta manera, el embudo de las contrataciones se hizo más estrecho, dejando a muchos fuera del cono, mientras los que se lograron colar, tuvieron que lidiar con jovencitos cuyas ganas fueron utilizadas como armas de control: pocos cobraban un sueldo decoroso y los nuevos costaban infinitamente menos, hacían más cosas y respondían positivamente a una mayor cantidad de horas de trabajo. Perfectos para los contratantes, granadas para los miembros de la vieja escuela.
Esto nos dejó en un limbo donde si “no cuentas con las capacidades” para enfrentar las exigencias a las que los medios de comunicación se enfrentan, sencillamente no tienes lugar. Olvídate de aspirar a un contrato colectivo, eso murió con el estado de bienestar mexicano. El trabajo dura mientras el proyecto siga, es decir, mientras trabajes, aguantes y no reclames.
Por ello, tenemos la obligación de hacerle ver a nuestras respectivas sociedades que somos necesarios. Que no sólo somos megáfonos de distintos tamaños cuya función es la de crear ecos con diferentes alcances. No somos computadoras o celulares con nuevos procesadores que sirven para todo y nada; somos periodistas diseñados para investigar, indagar, denunciar y dar a conocer historias de interés y relevancia pública.
Sin embargo, tampoco podemos caer en la soberbia de realizar nuestra labor de una sola manera. Debemos conocer las herramientas y plataformas de este siglo. Sumergirnos en las eternas y profundas aguas de la actualización.
En entrevista dada a El País, publicada el 31 de marzo de 2014, Tom Wolfe señaló “Una de las cosas buenas del periodismo es que te fuerza a hacer cosas atípicas pero a la vez te obliga a mantenerte cuerdo”, y es cierto. Tenemos que estar cuerdos para no enfrentarnos a lo nuevo, por el contrario, debemos hacernos sus amigos para conocerlo, estudiarlo, aprenderlo y adoptarlo. Las redes sociales son una fracción de lo mucho que debemos saber utilizar actualmente.
Necesitamos entender que el avasallador poder que alguna vez tuvo nuestro modus vivendi, capaz de destituir presidentes, ha desaparecido. Lo absorbió la era digital. No en balde las derrotas de profesionales como Carmen Aristegui o los periodistas de Canal 22, quienes quisieron utilizar flechas en una época atómica. Al final, su fracaso fue inminente pues entre los pecados cometidos, incurrieron en uno capital entre nosotros: asegurar hechos sin tener fuentes, que es igual a boxear sin saber ponerse los guantes.
Es necesario que diseñemos nuevos mecanismos; estilos novedosos para atraer a los públicos perdidos entre la inmundicia que ofrece la red. Sólo de esta manera, podremos desafiar el destino que se le augura a la prensa hoy en día, pues de seguir por la actual brecha pronto seremos un pasaje más en las páginas de un texto olvidado.