«Si volviera a nacer me reencarnaría en Busquets.»
Vicente Del Bosque.
Hay historias que se cuentan con la mano en el muslo, como una leyenda pero sin tanto escándalo. Sergio Busquets es una de ellas. A paso de gato, su carrera es más que exitosa pero jamás envanecedora. Por las calles de Badía del Vallés corrían los prematuros pies de Sergio. En el barrio, con los autos delimitando el campo de juego.
Y como no su vida iba a estar destinada al fútbol si su padre, Carlos Busquets, fue portero del F.C. Barcelona en la década de 1990. Allí estaba Busquets hijo, famélico por un balón, en el asfalto antes que en el pasto.
El Unión de Fútbol Barberá, Unión Esportiva Lleida y el Habac de Terassa fueron los equipos infantiles que le compusieron ese gusto por las calles. Evidentemente, con ayuda de su tutor, se integró a las filas del F.C. Barcelona.
Pero como cuando se aprende a montar la bicicleta, al niño hay que dejarlo a la deriva, y después la caída y las rodillas raspadas. El chico disputa su permanencia y en 2007, el holandés Frank Rijkaard lo jala al primer equipo para darle algunos minutos. Su posición: mediocampo.
Para la siguiente temporada, Pep Guardiola arrebata el timón del club azulgrana, mientras que Busquets es campeón en Tercera División con la filial del F.C. Barcelona. Ello impulsó a Guardiola a llevarse a Sergio con el equipo titular. El debut de “Busi” fue el 13 de septiembre de 2008 ante el Racing de Santander.
Su don no tardó en descubrirse: centro campista de intelecto. Con el corazón en la mano pero con el cerebro en los pies. Jugador que cualquier técnico de pizarra desea ya que entiende de modo casi perfecto los planteamientos de formación y alineación del equipo.
Toque de balón fino y pases al pie incrementan su valor; además de algo que en nuestros días escasea y con mucha razón se exige, la entrega. Taquito por aquí, regate por allá, túnel casual. Sergio no solo sabe distribuir sino también defender, al punto de arrebatar balones como un ladrón invisible. Su kriptonita es ese exceso de confianza que le tiene al balón; y es que para que haya traición debe haber confianza.
Más allá de eso, Vicente del Bosque, técnico de la Selección de España, encontró en Busquets la clave para hacer circular el balón entre sus pupilos. El Mundial de 2010 fue la convicción de eso que se esperaba. En ese Mundial como en la Eurocopa de 2012, Sergio fue parte del once ideal, ya que además de ser un patriarca de su zona nunca fue sustituido a lo largo del torneo.
En el Camp Nou su nombre es coreado como un himno y Busquets es un tipo tan sencillo que solo pide que le llamen Sergio y no Sergi, en catalán.