La fama del “efecto Mozart” se levantó como humo en los últimos años del siglo XX e inicios del XXI. La gente llegó a pensar que si ponía a sus hijos a escuchar las composiciones del músico austriaco mientras hacían tareas, serían dotados, con una inteligencia superior a la de otras personas.
La realidad es que todo el mito parte de una investigación realizada en 1993, hecha por la doctora Frances Rauscher y un grupo de expertos, en la que hicieron pruebas de inteligencia a tres grupos de niños; uno de ellos fue puesto a escuchar música de relajación, otro nada,y uno más a Wolfgang Amadeus Mozart; este último obtuvo resultados superiores al resto.
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Los hallazgos fueron publicados en una carta al editor de la revista Nature, no fue un artículo como tal, pero desencadenó muchas investigaciones posteriores, preguntas y críticas.
Cabe mencionar que no se trata de toda la música de Mozart, sino de una sola melodía: la sonata para dos pianos K 448, y que en los resultados obtenidos no se demuestra que mejore la inteligencia, sino la capacidad para desarrollar algunas actividades neuroespaciales.
Aunque se ha intentado encontrar otras canciones que provoquen los mismos beneficios al cerebro, sólo una ha asemejado la hazaña de la sonata y se trata de una melodía del griego Yanni: “Acroyali/Standing in motion”.
En 2012, se publicaron resultados de estudios realizados a pacientes con epilepsia, a quienes se les puso la sonata K. 448; tras seis meses de tratamiento, la mayoría presentó una disminusión en episodios convulsivos. A pesar de ésta y otras investigaciones, el llamado “efecto Mozart” sigue siendo muy cuestionado por la comunidad científica.
¿Cómo estará estructurada esta pieza para que se convirtiera en un enigma para la ciencia?