Bandastic o del ejercicio eterno

Bandastic o del ejercicio eterno
Foto: Pixabay.

Les voy a contar otra historia de fracaso. Yo quisiera, de verdad, tener menos de estas, pero quiero pensar que sólo el acumulado de los fracasos terminan en éxito y que la mayoría de las veces no se ve ni se reconoce el camino, sólo el resultado.

Toda mi vida he odiado el ejercicio. No es una cuestión de edad. A los 18 años fuimos en una excursión escolar al Tepozteco. Fui de las últimas, quizá la última, en subir el cerro, y al llegar allá me quería morir, mi cuerpo no me daba. A los veintitantos lo intenté de nuevo con un novio, con los mismos resultados, mi cuerpo no me permite hacer esas cosas y ya concluyo que prefiero huir en lugar de maltratarme. 

He pasado por muchos gimnasios y clases varias. En una de ellas el instructor ponía “castigos” a las demás personas si una no lograba hacer las repeticiones que él decidía. Se puso a mi lado en una rutina de abdominales en la que yo estaba fracasando y dijo que por mi culpa las demás tendrían que hacer el doble. Me levanté llorando y me fui. No vamos a medirnos con las mismas varas, dije. Y no va a ser mi culpa nada. Jamás regresé.

Hace poco más de un año comencé un programa de ejercicios en línea con una chica regia de cuerpo perfecto que construyó su propio programa y lo llamó “Bandastic”. Para hacer en casa, dice, con mínimo equipo y menos riesgo de lesión, con resultados comprobables y muchísimas alumnas en línea que prueban que funciona. Lo inició en pandemia porque nadie iba a los gimnasios y le ha invertido buena parte de su vida en hacerlo crecer y promocionarlo (aprendió a hacer reels, stories y todo eso que te mantiene vigente en el mundo de las redes sociales).

La onda es fácil de seguir, no así fácil de hacer. Es un programa de mínimo tres clases por semana (idealmente cinco), cada “reto” dura cuatro semanas y la dificultad de los ejercicios va aumentando conforme se avanza en el reto. 

Ella habla mucho de la disciplina, de la programación de la agenda de modo que se incluya una hora de ejercicio en el día, insiste en que la gente no hace ejercicio o no es consistente en el ejercicio por una cuestión de mentalidad y de pretextos, afirma que todos pueden hacer ejercicio y que es más una cosa de decisión que de condición física. (Ya sé, inserte sus dudas aquí)

También afirma que no se trata de amar el ejercicio, es más, ni siquiera vende la idea de que siempre uno tiene ganas de hacerlo; al contrario, lo pone como una parte de la vida que no quieres hacer pero que haces por un bien mayor (y con esto, si ustedes me conocen, entenderán que este tipo de pensamientos me conflictúan mucho). Ella pone el ejercicio como una vía para la salud y como una actividad no negociable que te dará muchos beneficios. Curiosamente es también una actividad que tendrás que seguir haciendo el resto de tu vida para mantener los resultados y yo recordé muchísimo las dietas por las que pasé y la certeza de que si yo quería seguir pesando menos de 60 kilos tenía que vivir hambrienta apegada al menú que me daban y nada más, por el resto de la vida. 

Claro que la chica lleva haciendo ejercicio desde los quince años, y no sé qué tan enterada esté de las limitaciones que una persona que no ha hecho ejercicio en casi cuarenta años puede tener al iniciar con Bandastic. No habla mucho sobre la frustración tampoco, o sea sí reconoce que es difícil pero no creo que dimensione el daño psicológico que es, el llanto, el odio, los gritos y esa terrible sensación de que quieres hacer, pero el cuerpo simplemente no te dé esa oportunidad. Habla de paciencia, sí, y de mucha constancia y compromiso para ver resultados. Pero no habla de las que hemos llegado al ejercicio y a los gimnasios por asco de ser lo que somos. 

Una cosa interesante es que hay un grupo de WhatsApp de “motivación”, donde hay muchas porras y ánimos porque ser delgada es obviamente lo que todo mundo quiere en la vida, y todas parece que estamos trabajando para eso. A veces, honestamente, siento que estoy como en una secta muy extraña, en la que se comparten los kilos menos a cambio de ovaciones y aplausos. 

Hace mucho que dejé de preocuparme por ser delgada. Ya pasaron los mejores años de mi vida. Ya pasé mis veintes y mis treintas avergonzada en la playa por obesidad, ya viví desde los trece años con celulitis, ya no me importa verme bien con la ropa de moda. Y qué bueno, porque contrario a lo que les sucede a muchas de las que están ahí, yo sigo igualita después de un año, yo no he sido capaz de avanzar en los retos como se espera, yo he tenido que repetir varias veces el uno y el dos y el tres y el cuatro y así más de una vez, de modo que apenas he llegado al siete cuando debería estar en el trece. Conmigo no funciona lo que les funciona a otras, a esas que bajan diez kilos en un reto. Yo soy el fracaso, la del cuerpo que no da, por más que la mente y la voluntad quieran.

Para mí ya es muy tarde para bajar de peso y no me interesa primordialmente. ¿Qué hago ahí, entonces? A estas alturas de la vida sólo quiero lograr, si se puede, la fuerza necesaria para seguir siendo independiente a los setenta años (si no me muero antes, claro), el músculo y la densidad ósea para no empezar a quebrarme a los sesenta. No sé si esto vaya a lograrse. Quizá me está reservado el fracaso una vez más y sólo estoy clavada en la esperanza sectaria que se me otorga en el WhatsApp.

A lo que voy con todo esto es a que, otra vez, uno no puede medirse con la misma vara con la que se miden los demás. Hay gente que en un año ha bajado tres tallas ¡no mienten! Se toman fotos y se nota. Yo no soy el caso atípico, yo soy el fracaso. Yo soy la que llora, la que no puede apoyarse en las rodillas porque ya se las jodió hace tiempo entre las caídas y haberlas forzado en el ejercicio, yo soy la que ve algunas combinaciones y se da cuenta con vergüenza de que no puede hacer ni la mitad de lo que se espera. El fracaso. Pero bien Sísifo, ahí estoy dejando de lado lo que sí me gustaría hacer por las tardes, comer helado, por ejemplo, por volver a casa y echarme una hora de rutina de abdomen que me hacer quererme morir y que me complica bastante pensar positivamente en “el bien mayor”.

Se endiosa la disciplina, sus beneficios, “the big picture” que le llaman. ¿Cuánto tiempo aguantaré así, odiando profundamente esa hora de mi vida (y las demás, en las que pienso que tengo que lograr esa hora sí o sí)? ¿A qué hora se notan las sentadillas de un año? El fracaso, el fracaso… Es en lo que pienso y también, a ratos, en el cansancio tremendo que me invade al terminar la rutina, tanto que me cuesta muchísimo lograr ya lo que sí me gusta: leer, escribir, salir al cine, etc.

Para cerrar, una cosa horrible desde donde se le quiera ver: me tocó ver a Mario Bezares echarse un gallinazo hace unos días. Tiene 65 años. ¿Cómo puede aventarse en plancha sin problemas? Y yo, nada, nada. ¿Después de cuántos años lograré aguantar una plancha? ¿Estas cosas de verdad se logran?

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