Sabemos que el estar frente a la pantalla de un celular, computadora o televisión, se ha convertido en parte vital de la cotidianidad de todo sujeto. El auge, por ejemplo, de plataformas como YouTube, da muestra de la preferencia que se tiene por pasar gran parte de nuestro “tiempo libre” consumiendo contenido de diversas temáticas que en esos sitios se puede encontrar. Ya sean videos musicales, documentales, noticias o tutoriales, el promedio de tiempo mínimo que uno llegaba a destinar en uno de estos contenidos no podía encontrarse, en la mayoría de los casos, por debajo de los 3 o 4 minutos, pues ¿qué tanto podría uno ver, disfrutar o aprender en menos tiempo?
Sin embargo, para las sociedades actuales que viven en una fragmentación, vacuidad y desubstancialización constante, parece que esos tiempos de ocio dedicados al consumo mediático eran excesivos. Y no es que la cantidad total de horas que se pasa mirando videos en los celulares haya disminuido, al contrario, cada vez va más en alza, lo que se ha reducido es la temporalidad de aquello que se mira, lo que permite, como veremos enseguida, una multiplicación en las posibilidades del sujeto de ver más de ese contenido. Es decir, a menor tiempo de duración de aquello que se ve, la cantidad total aumenta porque el tiempo de transición entre un video y otro se reduce tanto que incluso se vuelve un acto mecánico el ver uno de esos micro videos y pasar a otro y a otro y a otro…
Las causas de esto son varias, pero hoy quisiera centrarme en la conexión que existe entre la decadencia del pensamiento posmoderno y el auge de plataformas como TikTok que hicieron de la hiperaceleración y la vacuidad su modelo de negocio.
Para entender esta conexión se hace necesario vislumbrar, brevemente, en qué consiste ese pensamiento fragmentado de la posmodernidad, pues ha sido ese mismo pensamiento el que, directa o indirectamente, ha posibilitado la existencia de videos cuya reducción solo ejemplifica la falta de contenido cultural con el que carga gran parte de las sociedades occidentales.
La instantaneidad y lo desechable, tal como señala David Harvey en su libro “La condición de la posmodernidad”, son dos elementos que el pensamiento fragmentado de las sociedades actuales ha recogido y potenciado. La causa de esto no la abordaremos aquí, ya que significaría un estudio previo de la transición entre las economías keynesiano-fordistas y las de acumulación flexible, no obstante, sí debe señalarse que esas dos categorías “instantaneidad y desechabilidad” son productos de las lógicas de la sociedad de consumo, ya que al poner una mayor cantidad de productos en el mercado forzaron la aceleración de su adquisición.
Fue esa aceleración lo que originó que el sujeto modificara su percepción temporal y espacial y se volcara de lleno a la transitoriedad, la volatilidad y la necesidad de un consumo precoz, es decir, un consumo cuya duración fuera lo suficientemente corta como para acceder a la compra de otra mercancía o servicio sin necesitar prácticamente nada de tiempo en la transición entre consumo y nueva compra.
De esta forma, el ver todo desde la lógica de lo instantáneo permitió que se pusiera mayor interés en la forma que en el contenido, y el entender lo que se consume desde la perspectiva de lo desechable posibilitó la hiperaceleración y la necesidad de consumir, usar, tirar y repetir.
Estas tendencias de interpretación espacio-temporal reducidas, fragmentadas y vacuas, terminaron, como es lógico, por dispersarse en otras áreas del accionar humano: llámese arte, trabajo, educación, ocio, etc. Es aquí donde podemos ver cómo la transitoriedad que reina en las sociedades de consumo logró emigrar y transformar nuestras percepciones de tiempo relacionadas ya no con el consumo sino con el entretenimiento.
TikTok responde, precisamente, a esa actual exigencia social que demanda productos instantáneos y desechables, que no le exijan ya al espectador ni una mínima pizca de criterio (gracias a su falta de contenido) y que le permitan acelerar esa dinámica transitoria que busca el consumo constante y compulsivo de lo que el mercado ofrece.
Por ejemplo, un documental de treinta minutos, aunque parezca asombroso, ya le exige cierto grado de concentración al espectador, le demanda retención de la información y le impide seguir consumiendo videos de forma acelerada, lo que se traduce en menos entretenimiento. Mientras que un micro video de TikTok puede ofrecer una temática similar a la del documental, pero con la diferencia de que el sujeto se ahorra veintinueve minutos de contenido gracias a que estos micro videos hacen pasar todo por el filtro de la instantaneidad y la desubstancialización, lo que genera que aquello que se ve no sólo se adelgace en términos de tiempo si no en términos de sustancia, argumento, ideas.
La magia de TikTok consiste en que el sujeto que vive bajo las logias de la economía fragmentada, hiperacelerada y desechable, pueda experimentar las mismas satisfacciones de su consumo material desde su celular durante su tiempo de ocio al ver contendidos digitales, pues así como ya no importa lo que se consume sino consumir, usar, desechar y repetir, tampoco importa lo que se ve porque lo que en realidad se quiere es un entretenimiento simple, vacuo, que aparente tener un contenido real pero que sea tan breve su exposición e irrelevante la información que permita seguir consumiendo más de eso, ya que al ser tan carente de sentido y al estar tan desprovisto de argumentos relevantes que puedan ser pensados y analizados, la transición no cuesta trabajo, se realiza mecánicamente.
Lo mismo pasa con ese tipo de micro videos de TikTok que aparentan ser educacionales, cuando lo que en realidad representan es un peligro para la propia educación, pues el conocimiento no es un conjunto de datos curiosos expuestos en un video por cualquiera que tenga cámara y micrófono y aprendidos por cualquiera que tenga acceso a él. El conocimiento es una asimilación e interpretación que el sujeto genera de su experiencia individual y colectiva, es una comprensión de la objetividad que lo rodea y que se transforma en una representación para, después, culminar en una idea propia. Todo concepto que se traduce en conocimiento no puede ser, bajo ninguna circunstancia, un simple dato aislado que se ve en un micro video. Es ahí donde radica la urgencia por exponer las consecuencias de que se vean estas plataformas como lugares importantes para aprender.
Lo que en realidad son estos sitios (TikTok, Facebook, YouTube) es un grupo de centros de entretenimiento primitivo que al estar circunscritos a la dinámica del capitalismo y las lógicas desubstancializadas de la posmodernidad, simplemente responden a las exigencias sociales del momento y, aunque en muchas ocasiones pueden aparentar ser un recurso o herramienta distinta dentro de toda esa oleada de contenido basura (es decir, se hacen ver como difusores de cultura, de conocimiento, de saberes históricos o políticos), siguen inscritos en las lógicas de desubstancialización posmodernas, por lo que únicamente responden a un solo criterio, a saber, el de la vacuidad, la instantaneidad y la ausencia de contenido.
Es por todo lo anterior que hoy en día no estamos simplemente ante una red social más como tantas otras, sino ante la mejor ejemplificación de la decadencia en terrenos intelectuales y culturales que vive la sociedad. TikTok es actualmente el mejor laboratorio para el estudio de las patologías socioculturales, pues la tangibilidad de todas las sintomatologías posmodernas en esa red social es muy alta y deja al descubierto todos los malestares con los que carga nuestra época, una época que ha comprobado que el desarrollo tecnológico y la información disponible en cantidades industriales no es sinónimo de progreso cultural ni intelectual, una época que vive en la decadencia y lo disfruta.