Sé que desde niña vivo con un reluciente rechazo a la alegría.
Nunca tuve el tacto para amar las ilusiones,
mutilaba flores porque la soledad de su centro era más bello que sus pétalos.
Sé que nací con un miedo antiguo:
una angustia enternecida sudando sobre la piel.
Heredera de la devastación,
mis pasos aniquilan seres inocentes a causa de mi propio temor.
He vivido con manos de piedra y pupilas huecas que conjuran los más grandes peligros.
El mundo pro ere rechazos apenas mi canto les acaricia los cabellos.
Y todo eso no es peor que mi verdadera desgracia:
no poder apresurar mi muerte.
El fracaso constante a la renuncia es el único fruto que crece sin tregua a cada intento
y que, a costa de mi voluntad, me alimenta.
Más #NidoDePoesía: El jardín.