La prensa, Ayotzinapa y la lucha política por la información

Por: Manuel Cardoso

Especial
El Informe, la verdad histórica y los hechos mismos se están convirtiendo en el punto de una lucha política por la información, por establecer quién tiene la última palabra. Foto: Especial.

 

El pasado 10 y 11 de septiembre se llevó a cabo el Encuentro Internacional de Periodismo donde se reunieron intelectuales y periodistas con el fin de reflexionar en torno a esta profesión en el siglo XXI. Allí, se hizo énfasis en la necesidad de defenderla de los constantes ataques en contra. Personajes como Juan Villoro y Fernando Savater hablaron de lo fundamental que es el respaldo de la sociedad al periodista. Sin embargo quedan muchas preguntas en el aire.

¿Qué pasa cuando el periodismo no logra su cometido de informar a la ciudadanía? ¿Qué hacer cuando los medios de comunicación sólo generan incertidumbre? ¿Qué pasa cuando el periodismo se convierte en mera propaganda? ¿Puede dejar su militancia para creer en la objetividad?

Sin duda estas preguntas son demasiado complejas y se acercan mucho al pensamiento sobre la naturaleza misma de su ejercicio. No es el objetivo de este escrito resolverlas y mucho menos agotar la discusión, sino aportar elementos para ver las implicaciones de estos cuestionamientos en temas tan delicados como lo ocurrido en Iguala con los 43 normalistas desaparecidos y las personas asesinadas; así como con todo lo ocurrido a raíz de ello.

Según Jürgen Habermas en su obra Historia y crítica de la opinión pública, un punto crucial en la transformación de la esfera pública en el capitalismo fue el papel de la prensa escrita, la cual tenía como fin lograr un control del poder que tenían las instituciones políticas como los parlamentos. De allí que a la prensa se le denominara el Cuarto Poder. No obstante, cabe aclarar que, según el autor, este desarrollo de la prensa ayudó a lograr los objetivos políticos de la burguesía en ascenso y permitió que parte de los valores liberales como la libertad de expresión y de asociación entre otros, fueran tomados en cuenta y se posicionaran en la agenda de los derechos fundamentales de la humanidad.

Si tomamos esto en consideración, en cierta parte de la historia el periodismo asumió un papel político, una postura que con el paso del tiempo aparentó objetividad. De allí que no nos parezca extraño que todos los medios tengan su línea editorial o tomen una postura sobre un hecho sobresaliente. Sin embargo, escudados (tal vez inconscientemente) en la objetividad y en esa supuesta libertad de expresión, el periodismo se ha convertido en un factor de incertidumbre en acontecimientos en los cuales se hace indispensable que se sepa la “verdad”.

Baste un botón de muestra. Si se da un seguimiento más o menos puntual sobre cómo asumió la prensa los hechos ocurridos en Iguala, donde atacaron a estudiantes de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, podemos darnos cuenta de las tendencias de, por un lado, algunos articulistas y medios de comunicación que criminalizaron las manifestaciones y a los normalistas; y por otra, la defensa a ultranza de la causa de los padres de los jóvenes desaparecidos y asesinados el 26 y 27 de septiembre del año pasado. Quizá el problema no sea ese, en lo personal me inclino por la causa de los padres y me niego a creer la “verdad histórica” simplemente por carecer de fundamentos y credibilidad, pero el punto no es ése.

El papel que asumió Milenio, El Universal y Televisa, por un lado; y Proceso y La Jornada por el otro; no han provocado una polarización -pues los bandos ya estaban bien establecidos-, pero sí una burbuja en la cual uno dice una cosa y otro dice otra y para muchos no queda nada claro. Un ejemplo lo tenemos en el momento en que se hace público el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (GIEI-CIDH). Horas después, Milenio ya tenía preparada una nota donde se contrastaba lo que decían estos expertos sobre la verdad histórica…y justo aparecía otro especialista.

El Informe, la verdad histórica y los hechos mismos se están convirtiendo en el punto de una lucha política por la información, por establecer quién tiene la última palabra. No se está tomando en cuenta que la necesidad de los padres es una en específico: encontrar a sus hijos. El gobierno y algunas de las organizaciones que se encuentran del lado de los padres han vuelto una maraña del asunto y la burbuja del “no saber” se hace más grande con el paso del tiempo. Incluso eso resulta contraproducente para los padres (los más importantes), para aquellos que no están involucrados directamente, aquellos que sólo se informan, incluso afecta a esas personas que son indiferentes y no les interesa una “participación” política en alguno de los bandos.

La prensa y los periodistas (aunque se han hecho esfuerzos muy importantes y que no se pueden menospreciar) no han sabido generar esa certidumbre que todos los interesados necesitamos. La calidad de algunas investigaciones es deficiente, algunas notas sólo se dedican a repetir comunicados oficiales, las fuentes no son claras, entre muchas otras cosas. A eso se le suma la campaña de desprestigio hacia expertos, investigadores, normalistas, movimientos sociales, organizaciones de la sociedad civil y un largo etcétera, que la misma dinámica ha generado (y las partes involucradas, principalmente el gobierno por medio de sus voceros). La criminalización desde la prensa se ha convertido en un instrumento constante por parte de los diferentes niveles de gobierno sin importar el color del partido o la tendencia política.

Eso ha derivado en otros intentos de organización de la información, ya sea desde medios comunitarios, medios libres o alternativos, pero que son pequeños y que no tienen la posibilidad (a pesar de los esfuerzos) de tener acceso a fuentes de cierto tipo, o a un equipo con el fin de producir contenidos de una mayor calidad. Eso sin contar la poca posibilidad de difundir esa información a distancias importantes y con un público grande (que quizá no sea el fin).

Sin embargo, también se han generado ataques a la prensa por parte de organizaciones que se denominan “anarquistas”. Algo muy significativo, pues es una clara muestra de la falta de legitimidad de los medios convencionales ante ciertos grupos de la sociedad. Ese respaldo al que llaman los intelectuales se ve impedido por la propia capacidad de los medios de comunicación de generar ese respaldo. El punto no es justificar los ataques a la prensa, sino dejar claro que el periodismo en general no ha logrado ese objetivo de satisfacer sus propios objetivos: informar adecuadamente.

Por otro lado, se podría argumentar que los propios medios, los cuales fueron generados o tuvieron un importante papel en generar discusión política dentro de ciertos grupos de interés, tampoco están logrando una discusión dentro de esos grupos con bases sólidas. Además, están vulnerando derechos que surgieron a partir de su inclusión en la esfera pública. Al no lograr una información adecuada, terminan por atentar contra el derecho a la información, contenido en el artículo 6 de la Constitución. Al final, entre la opacidad gubernamental y el inadecuado ejercicio periodístico, la corrupción y los ataques a la prensa no hay oportunidad de ejercer ese derecho.

Las reflexiones sobre el periodismo son importantes justo porque en esas discusiones se pueden tomar medidas para buscar que el periodismo realmente cumpla esa función social más allá de la postura política que tenga el medio donde se publique. Pero, también se hace fundamental la participación de otros sectores con el fin de generar alternativas que tengan un impacto en las transformaciones que se requieren en la sociedad y en las formas de producir y difundir información. Si la información es poder, es fundamental que ese poder sea usado con el fin de construir una sociedad mucho mejor, con una agenda desde la sociedad y no desde esos pequeños grupos de interés económico.

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