¡Cuánto escándalo no se hizo por el movimiento alterado, heredero del narcocorrido! En estados como Coahuila y Sinaloa, de donde la mayoría de sus intérpretes son originarios , se prohibió por hacer “apología a la violencia”, pero a pesar de ello, y quizá por las mismas razones, se mantiene.
Sus letras aterran a algunos y a otros les llena la mente de fantasías; de ser el patrón, un “cabrón” que se forjó “desde abajo”, al que se le admira y se le respeta por la forma en la que se hizo de poder, ejerciendo la violencia…
“Aquí se sienta, no hay duda, pese a quien le pese/ no se enreden plebes/ no hay quien lo supere/ cardiaco demente/ destroza remanga al que brinca en caliente”, como dice la canción Enemigo Perfecto de Rogelio Martínez, “el RM”, uno de los exponentes del citado movimiento musical.
¿Qué es detentar el poder si no un ejercicio de violencia? Ya el mismo Max Weber definía al Estado como el monopolio legítimo de la violencia, ¿no? Aquí, el asunto es que ésta y otras canciones hacen explícito algo que es evidente pero que algunos no queremos ver: el ejercicio “ilegítimo” de la violencia.
Pues bien, a estas alturas del partido, y luego de una larga historia de gobiernos y partidos coludidos con cárteles, el hecho de que ellos sean legales, no significa que sean más legítimos que los otros porque, y aquí cito a “el RM”, “por su mente va el peligro y en su cuerno hay rabia/ le buscan la espalda/ gobiernos y lacras controlan la plaza, defiende su vida a capa y espada”. O sea, los unos y los otros son traicioneros e hipócritas.
La llamada “narcocultura”, como la han bautizado, comparte la misma historia y la misma perspectiva moral con la que se han diseñado las políticas antidrogas en nuestro país.
La prohibición del consumo de sustancias psicoactivas sólo ha propiciado el tráfico clandestino y “calentado” el ambiente para otros crímenes como trata de personas, secuestros, extorsiones, entre otros. No se ha pensado en la prevención, en el suministro y consumo responsable, ni en dejar de estigmatizar a los usuarios.
Así, las prácticas prohibidas y la satanización construyen su propio altar en contra de la moral occidental. Entonces, podemos hablar que el movimiento alterado es una especie de propaganda a un estilo de vida que los mismos “buenos” crearon y del que ahora se espantan.
Mientras, los marginados, los lastimados de la sociedad, buscan una esperanza: tener el poder “a la mala”, a pesar de su falta de estudios, a pesar de lo injusto que resulta este sistema, a pesar del racismo, de la pobreza.
Soñar que eres un “viejón”, como Dámaso, “el hijo del licenciado”, y andas de “Culiacán a Guadalajara/ jalar la banda/ aguas heladas, la empresa paga/ y que a mi gente no le falta nada”.
Eso, acompañado de una banda de viento muy potente, con unos arreglos que en las bandas tradicionales de tambora no existían, dibuja un panorama muy difícil de divisar en México: el triunfo.
A su música, los del movimiento alterado también le llaman “canciones enfermas”, y, en efecto, la música es síntoma de la enfermedad que viven las sociedades, pero no sólo este tipo de música, sino toda, porque el arte es expresión, una forma de interpretar la realidad.
En alguna entrevista, “Los Cuates Valenzuela”, integrantes de este movimiento explicaban que lo de “canciones enfermas” surgió como un modismo de lo que se vivía en Sinaloa: “pura enfermedad”. Por ello, el movimiento alterado no es el “enemigo perfecto” de la “buena música”, como tampoco es el reggaetón ni la bachata ni el metal.