Análisis | ¿Qué papel jugarán los científicos en el gobierno de Biden y Harris?

La vicepresidente de Estados Unidos, Kamala Harris. Foto: Twitter, @KamalaHarris.

Hace poco tuve contacto con la cuenta de Twitter de Kamala Harris, en ese momento futura vicepresidenta de los Estados Unidos de América. Desde la campaña el equipo Biden-Harris se dedicó a taponear las lagunas de lo políticamente correcto que había dejado Donald Trump. Si Trump desconfiaba de sus asesores entonces nosotros confiaremos, si Trump desconfiaba de los científicos nosotros no lo haremos, si Trump se salió de la OMS y del Acuerdo de París nosotros regresaremos, a la luz del Black Lives Matter, ahora contamos con un representante de color en los escaños demócratas, ¿no tenía Donald Trump un discurso racista por cierto? Punto para el partido.

Siempre he sido un desconfiado a muerte de las modas, de los bestsellers que terminan calificándose el uno al otro como agentes del sistema, agentes de la religiosidad, del ateísmo, de los lobbies, del capitalismo y un sinfín de intereses de por medio, por eso me causó bastante impacto escuchar el discurso pro ciencia de la futura vicepresidenta:

“President elect Biden and I will not only listen to science, we will invest in it, so we can achieve breakthroughs from strengthening public health to tackling climate change to jumpstarting job-creation and economic growth […] we are investing in STEM education, and the next generation of scientists including women scientists and scientists of color […] these world-renowned scientists and distinguished experts are joining our administration because they believe in public service” (@KamalaHarris, enero 16, 2021)

He subrayado en negritas alguna oración porque me parece que resume de manera magnífica la estrategia de atracción de masas. Una masa que está más que nunca dispuesta a creer en la ciencia derivado de una pandemia a la que enfrentamos desde hace un año, que clama por la inclusión de género y que se manifestó en las calles por la muerte de George Floyd. Hoy ya nadie se cuestiona si existe un Estado de excepción o no desde Giorgio Agamben, lo que ronda por nuestras mentes miles de veces al día es si es momento de usar el gel anti-bacterial, si es momento de lavarnos las manos, ¿me habré tocado la cara al subir el cubrebocas?

Entonces, ¿ha triunfado la biopolítica del terror de los sistemas liberales? Y no, no se malinterprete que soy un conspiranóico que no cree en el virus, existe, las miles de muertes son una evidencia más que verídica, pero una cosa es la existencia de un virus y otra, el viraje político que éste ha tomado.

Es por eso que decidí hacer un pequeño análisis sobre lo último que asevera Kamala Harris, ¿realmente los científicos se unen a la administración porque creen en el servicio público? O ¿realmente son aceptados en el gabinete porque los políticos creen en la ciencia?

El grupo rockero R.E.M dice en una canción enérgica, “It’s the end of the world as we know it, and I feel fine”, pero yo no puedo evitar no sentirme bien, porque del pueblo en occidente que se veía venir, desconfiado de sus gobiernos y hasta con cierta aversión por ellos, vemos renacer un nuevo Leviatán que en fusión con la ciencia creará una nueva especie de legitimidad ya no basada en el monopolio de la violencia, sino en el monopolio híbrido del terror y la ciencia como solución.

Hoy ya no hay más Che Guevara, como dice Kevin Johansen en otra bella canción “parece Mc Guevara’s o Che Donald’s”, los revolucionarios del futuro se están muriendo dentro de sus cabezas. Están viendo el Netflix, ocupados con una nueva serie, probando los nuevos controles del PS5 y la siguiente generación del Xbox, creyéndose dueños de su libertad en las redes sociales sin saber del horroroso sistema de emociones como producto que manejan los algoritmos de la tecnología, o preocupados por si no se olvidaron del cubrebocas al salir de casa, con el estrés de la pandemia, de la auto-explotación, de esa sociedad del cansancio de la que habla Byung Chul-Han. ¿la ciencia sanará a una población que ha interiorizado para sí al capitalismo? ¿resolverá los estragos sociales de un sistema de producción que no ha mostrado alternativas ni tiene indicios de hacerlo desde que cayó la antigua Unión Soviética?

Pues no, eso casi seguro. Pero el político hará creer que el científico es capaz de realizar esa labor.

El lugar que tiene el filósofo en la obra La promesa de la política de Hannah Arendt (2016), es el mismo que tuvo el científico durante muchos años cuando expresa que “Sócrates, al fracasar en convencer a la ciudad, había mostrado que la ciudad no es un lugar seguro para el filósofo” (p46), pero respecto a la afirmación de que los científicos creen en el servicio público de Kamala Harris, la Grecia antigua nos deja entrever algunos prejuicios en contra.

Por ejemplo, “el Sophos que no sabe lo que es bueno para sí mismo, puede saber aún menos qué es bueno para la polis” (Arendt, 2016, p.47), ¿es verdad que los sabios se preocupan por aquello que está fuera de la polis? Aristóteles afirmaba que “Anaxágoras y Tales eran sabios, pero no hombres de entendimiento. No estaban interesados por lo que es bueno para los hombres”, los astrólogos estarían más interesados en los astros que en la polis, y eso estaba bien aunque a veces el mero interés por los astros llevo a científicos a ser duramente juzgados por la polis, ejemplo de ello es Galileo Galilei, y no olvidemos la apología de Sócrates que de acuerdo con Hannah Arendt falló porque habló con el pueblo en forma de dialéctica y no con la persuasión del político.

¿Cuándo tomó relevancia política la figura del científico, del filósofo, del artista? Eso da para muchos tomos de historia que seguro ya existirán, ¿fue el científico el que recurrió al Estado o viceversa?

Pues depende, si hablamos de Maquiavelo podríamos decir que el hombre recurrió al Estado, no es secreto que El Príncipe es escrito con el fin de llegar a los altos mandos. Otro caso es el del literato Goethe, al cual recurrió, cosa distinta, el monarca Federico Guillermo II, mismo que había dicho, de acuerdo con Norbert Elias en El proceso de la civilización, que solo usaba el alemán para hablar con su caballo, pues era una lengua bárbara.

Fue la literatura de Goethe, con obras magnánimas como Las penas del joven Werther o Fausto las que regresaron el orgullo al monarca de hablar alemán con los franceses y no solo con su caballo. Y es la figura, hasta nuestros días, de la lengua alemana, la lengua de Goethe, como lo es en Inglaterra la lengua de Shakespeare.

No son necesarios los tomos de historia para darnos cuenta de esa dualidad existente entre el científico, el artista y el filósofo y, por otra parte, el Estado y su reason d’état. Si habrá que usarlos para la política así será, y si el científico habrá de usar al Estado para sus intereses, así será. ¿Quién olvidaría el arrepentimiento de Einstein al colaborar con la creación de la bomba atómica?

Va a agregar Hannah Arendt (2016), que “el papel del filósofo, entonces, no es el de gobernar la ciudad, sino el de ser su tábano, no es el decir verdades filosóficas, sino el de hacer a los ciudadanos más veraces” (p.53), ¿no es necesaria acaso la autonomía para que el filósofo -científico en su caso- sea capaz de comunicar verdades y volver veraces a los ciudadanos?

El científico, despojado de esa libertad por la política, puede tener mil documentos probatorios de sus licencias, pero, claramente, ha de perder lo que llamare, el espíritu del científico.

El espíritu del científico lo entiendo pues, como esas cualidades de libertad que tiene el mismo para comunicar verdades, cuestionárselas y volver veraces a los ciudadanos. Las sentencias que hace Max Weber en El político y el científico no nos dejan duda de que la política es el suicidio de la ciencia puesto que:

“Quien hace política aspira al poder” (Weber, 1979, p. 84)

“El Estado […] es una relación de dominación de hombres sobre hombres […] para subsistir necesita, por tanto, que los dominados acaten la autoridad que pretender tener quienes en ese momento dominan” (p.84-85)

Pero Weber hace además una aportación en el mundo de la política sobre la diferencia entre vivir para la política y vivir de la política. El científico no podría preservar el espíritu del científico ni aún si puede permitirse vivir para la política y no de ella, pues esto significa que “quien vive para la política tiene que ser además económicamente libre” (p.97) pero no lo es políticamente, pues debe acatar la autoridad de aquellos que lo dominan.

¿Podrían trabajar en conjunto la ciencia y la política? Definitivamente, como lo han hecho hasta ahora, lo cierto es que, según Weber (1979), la ciencia está adherida al progreso. No podemos omitir que los Estados liberales han vivido obsesionados con el progreso desde el plus ultra de las primeras exploraciones europeas. Pero una cosa es que la ciencia busque el progreso y otra muy diferente que se le obligue a progresar.

Daniel Mansuy (2017) hace una valiosa aportación en ese sentido cuando expresa que “suponer un curso unidireccional de la historia implica negar la libertad humana, y asumir acríticamente que ésta tiene una dirección predeterminada, como si fuéramos esclavos de fuerzas que no manejamos”.

Ese obligar a la ciencia a progresar se traduce en revoluciones, y a veces a la ciencia se le niega la libertad en favor de una necesidad. La revolución industrial ha sido una revolución de la técnica que, en palabras de Gerson Moreno Reséndiz, historiador y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana, fue “la implementación de tecnología para la apertura de mercado”, es decir que la estrangulación económica de la isla obligó a la técnica a evolucionar con tal de encontrar mercados. No nos encontramos muy alejados en pleno 2021, cuando las vacunas se desarrollan en tiempo récord, se ha obligado así a la ciencia, a revolucionar su método impulsada por la política.

Lo que pasa es que la política y la ciencia vieron buenos resultados trabajando simultáneamente, pero con autonomía de por medio, es diferente invertir en ciencia que llevar a los mejores científicos al gabinete para que hagan política, una significa el suicidio de la mente del científico, otra, su progreso.


Bibliografía o fuentes digitales
Arendt, H. (2016). La promesa de la política. México: Paidós. Weber, M. (1979). El político y el científico. Madrid: Alianza.
Mansuy, D. (2017). Liberalismo y progreso. enero 17, 2021, de La Tercera Sitio web: https://www.latercera.com/voces/liberalismo-y-progreso/

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