El día después de Andrés Manuel López Obrador

CIUDAD DE MÉXICO, 01JULIO2018.- Andrés Manuel Lopez Obrador, virtual ganador de la presidencia de la república a su llegada al Zócalo de la Ciudad de México. FOTO: SAÚL LÓPEZ /CUARTOSCURO.COM

Ocurrió lo impensable durante décadas. El triunfo de Andrés Manuel López Obrador disipó todos aquellos rumores e ideas sembradas en el inconsciente mexicano que hablaron de un posible fraude. Aquellas que incluían al Instituto Nacional Electoral (INE), sus crayones, los bots, la compra de votos y toda la maquinaria ensamblada y operada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el nuevo PRI, hay que decirlo.

El dos a uno que AMLO tuvo sobre Ricardo Anaya y el deshonroso tercer lugar para José Antonio Meade, se deben al desastre provocado por la administración comandada por Enrique Peña Nieto y los nuevos aires del Revolucionario Institucional, esos que incluían a Aurelio Nuño, Luis Videgaray, Enrique Ochoa, y, por supuesto, a los infames Javier Duarte, César Duarte y Roberto Borge, por decir algunos.

Pero el mexicano promedio, consciente del látigo con el que ha sido azotado en estos años y urgido de un cambio, no confiaba en que pasaría ese resultado, no al menos como ocurrió. En el imaginario colectivo rondaba el fantasma del 2006, de 1988 y muchos decían que no lo dejarían llegar, no a él, la personificación del antisistema.

Pero ocurrió. Ganó y la gente lo celebró. Como nunca y desde que tengo memoria, la cual empieza en un lejano 1994 con apenas destellos de lo que fueron esos comicios tras la muerte de Colosio. El 1 de julio en cambio lo recordaré por siempre y por la gente que salió para tomar las calles que deseaban ver al candidato de una coalición que unió a extremos de derecha e izquierda para alcanzar la presidencia.

El centro de la capital recibió una manifestación atípica, pues fue a favor y no en contra de un político. Ancianos, adultos, niños, fresas y chairos querían ser parte de un nuevo capítulo en la historia de un país que ya olvidó el significado de las palabras justicia, igualdad, honestidad, confianza, respeto, paz.

Ahora el reto es mayor y en dos sentidos. Por un lado, la gente, los seguidores de Andrés Manuel López Obrador deben ser críticos, asertivos, responsables y objetivos con las acciones del gobierno que encabezará el tabasqueño. No todo lo que haga debe celebrarse o señalarse, habrá matices y tendrán que ser medidos en su justa dimensión.

Por el otro, López Obrador carga sobre sus hombros la lápida que él mismo labró. Su cuarta transformación está cargada de promesas difíciles de cumplir, casi imposibles, especialmente porque a él sólo le tocará sentar las bases de lo que podría ser un proyecto de nación que saque a México del estancamiento a largo plazo, pero nada más.

El tiempo que tiene es muy corto como para que los resultados alcancen a 120 millones de personas; como para convertir a esta nación en una potencia, especialmente porque ninguna de las que hoy lo son —ni las consolidadas ni las emergentes— nacieron en seis años, sino en décadas.

Queda desear la mejor de las suertes a una administración que tiene una oportunidad de iniciar un verdadero cambio y no quedarse en un suspiro como el de Vicente Fox, especialmente por la mayoría en ambas cámaras, pues este país ya no resiste otra decepción ni más llamaradas de petate. Todo sea por el bien de México en su conjunto y no el bien de unos pocos.

De a tuit

Dado que México está fuera del mundial, tengo dos gallos: Brasil y Bélgica, lo malo es que ambos se enfrentarán en cuartos de final y sólo me quedará uno.

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