Han pasado los años, la frontera,
la civilización, las pequeñas naciones
invisibles que fueron nuestras alguna vez
se han vuelto lagos rotos en invierno.
Durante un largo tiempo en el exilio
la memoria erigía callejones
en la patria gastada de la infancia.
Debíamos sobrevivir. Los pueblos,
los hombres y también la misma muerte
eran ya diferentes.
Este era nuestro fundo, el cielo roto
en una glaciación que nuestras venas
comparten en la víspera del viento.
Aquí estamos, al fin, ante las ruinas:
el hombre catacumba, laberinto
de otros que lamentaron ver las horas
reverdeciendo en las auroras súbitas;
el hombre espejo con el pecho abierto,
que dará testimonio de batallas,
ciudades fragmentadas, tormentas olvidadas.
Las baladas del desaliento expiran
aquí, frente a las ruinas
donde un hombre dejó la eternidad.
Entre escombros, vestigios y fragmentos
de altares de memorias entrerradas
pensaremos en pájaros de invierno
y en la incierta noción de un universo
privado que termina en las canciones
a las que volveremos
cargados de otros años
de otras tumbas
y abismos.
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