Hay una enfermedad secreta que lleva tu nombre, se desliza espora durante las horas muertas de la noche.
Me hace perder el apetito de letras
y la vitalidad necesaria para no drenarme las venas.
Me eleva a los tétricos pensamientos de lo perdido, esos sueños lúcidos que se estrellan,
¡VIOLENTAMENTE! en el muro de la nada.
En una calle mal iluminada, como tu recuerdo, llueven cenizas con sabor a desesperanza, sobre un árbol que se me antoja columpio.
El cielo nocturno se encuentra igual que mi corazón: estrellado.
¡Ay, amor! ¿Qué pensarías si te digo
que estoy a un poema del suicidio y a dos de inmortalizarte?
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