Recuerdo la primera vez
que hice de tu mano un homenaje
y la primera palabra que se volvió cortejo,
la primera cita, dos expresos cortados
y las historias de tu adolescencia.
Después, se inauguró la espera,
la impaciencia del roce de los labios,
de esperarte en los vagones del metro
y de repasarte en mi memoria.
Para cada encuentro
vestías de negro, Bárbara,
porque piensas que es el color
que mejor te acomoda.
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