Los suspiros de un cigarro se vuelven
invisibles ante el tacto del techo;
son esas pequeñas nubes de incienso
donde se libera el fragor de las criaturas
alumbradas por el tizne de mis cabellos:
ese hollín con el que te escribo
en la madriguera
donde jamás se anunció tu llegada.
Tengo hecho polvo un viejo escaparate;
ahí solía coleccionar los abrazos
que jamás me depositaste;
la luna ha evaporado el matiz de las rosas
albinas, las hizo de pétalo cenizo,
pero nunca la tumba en la que tu recuerdo aún no finalizo.
La lluvia ha hecho de la tierra una cama suntuosa,
alejada de la rafia de tu orgullo;
aquel secano implora que lo conviertas
en lago.
Ven conmigo e intoxícate con la leña quemada
de mi espalda; castiguemos este cementerio
con la vida de tu sonrisa,
incendiemos esta vereda con nuestra pasión occisa.