Por Salvador Mecalco Valle y Denise Hernández García
Debido a la complexión centralista de la República Mexicana, la Ciudad de México siempre ha sintetizado y captado cada parte de la esencia de todo un país que, a lo largo de los años, se ha ido conformando como hoy lo conocemos: con su amor, su nostalgia, su estructura ósea, su impunidad, su sincretismo, sus distintos cultos y lo irónico de sus relatos, de sus prácticas. El continuo flujo de gente que se desplaza a sus afueras y adentros, fragua continuamente su haber.
La cotidianidad se rompe a cada instante, sin embargo, ese instante se fragua dentro de la misma cotidianidad. ¿A qué nos referimos con ruptura de cotidianidad? A esas acciones que “violentan” la vida diaria de los ciudadanos: marchas de la índole que sea, bloqueos en vías púbicas por diferentes motivos (tal vez un accidente, un acontecimiento natural).
Nos disponemos hablar sobre las marchas, a poner sobre la mesa los “conflictos” que éstas provocan a los ciudadanos. Cada protesta tiene un enfoque político o social diferente, éstas dividen la opinión de los ciudadanos, algunos estarán a favor, otros estarán en desacuerdo; sin embargo, aquellos que están en desacuerdo no necesariamente tienen información sobre los fines de dicha protesta, su molestia radica en el sentido que su práctica diaria se ve afectada, de tal manera que no hay un entendimiento, sino una polarización con aquellos que ejercen su derecho.
Un ejemplo muy claro es lo sucedido en las recientes protestas por los normalistas desaparecidos, a pesar de que éstas tienen un gran número de simpatizantes que reclaman justicia éstas han sido reprimidas con el uso indiscriminado de la fuerza de los cuerpos policiacos, algunos ciudadanos que se encuentran en desacuerdo aplauden tal acción puesto que su derecho de libre tránsito se ve coartado. Pero, ¿qué pasa cuando 12 de Diciembre llega?
A pesar que las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe no son una protesta social, sino una práctica de culto religioso nadie pide el uso de la fuerza pública cuando los peregrinos, de alguna manera, impiden el derecho al libre tránsito y los ciudadanos, en esa fecha específica, cambian sus prácticas para no verse afectados. Porque este tipo de acciones conllevan una esperanza que desde un volante o un durmiente y somnoliento peregrino no rompe con ninguna comodidad, pues se espera que por medio de la fe las problemáticas individuales y sociales se resuelvan por fuerza divina; en cambio, en una protesta social, el individuo tiene que moverse para poder cambiar su entorno, lo que lo hace salir de su estado cómodo en reclamo de justicia.
Y entonces nos preguntamos: desde la comodidad que brindan la fe y la esperanza ¿se podrá un día mover a México?