Volar como diente de león

Se puede reconocer a un diente de león de otro por su fortaleza. Fpto: Pixabay.

Las historias que plasma Fernanda Melchor en sus obras Aquí no es Miami, Temporada de Huracanes y Páradais me parecieron mágicas porque logran hacer que los relatos de la vida común se conviertan casi en filosofía. Me gusta ir a los bares y tener aquello que un buen amigo consideraba los tres elementos indispensables: buena música, buena bebida y buena compañía.

Esos lugares son parteros de lo que denomino filosofía de cantina. Entre trago y trago y palabras y anécdotas, llega el momento en que uno sale de la cueva al estilo platónico y va por un cigarrillo. Esa cueva está llena de historias personales que conforman una perspectiva de vida. Salir a tomar el aire y expulsar humo es contrastar lo que se dijo en la cueva con lo que hay afuera.

Eran las 8:30 pm y me encontraba en la Ciudad de México. Repentino, oí un montón de tambores que me parecieron algún ritmo latinoamericano, con esa sazón. En esa escena, un hombre manoteaba en el aire pretendiendo que eran los tambores, daba saltos y ponía queso a la masa que estaba a punto de convertirse en pizza.

Caminé, pero supe que algo ahí me había impresionado, que algo en ese hombre lo deseaba para mí mismo. Quizá esa energía nocturna que parecía más bien mañanera y esa sabiduría que se nota a leguas, una sabiduría que se obtiene no se sabe dónde. Finalmente, decidido, regresé y pedí una rebanada. La plática que se desarrolló, si la memoria no me traiciona, fue la siguiente:

-Buenas noches. No me lo va a creer, pero regresé aquí solamente por la canción que tenía. ¿cómo se llamaba esa canción?-

– ¿Está buena, no? Es de Café Tacuba, solo que ese disco no fue muy difundido. Esa canción se llamaba Olita de Altamar, y la que está ahora se llama Diente de León. En ese disco son muy naturalistas.-

Prosiguió a calentar mi rebanada de pizza y al entregármela me guió a mi lugar. Diente de León seguía en los altavoces.

“Quiero viajar ligero como diente de león, quiero volar como la pluma que el ave soltó…”

Entre mordidas, sentí que aquella melodía me invadía. Aquel hombre no paraba de poner queso a una rebanada y luego a otra mientras acompañaba los coros.

“Quiero guardar silencio para escucharme bien, dejar de ser un sordomudo de mi propio ser. Poder vivir en armonía otra vez, como antes de ser el ser que yo me inventé…”

-¿Escuchas esa parte? Es como volver a los orígenes, antes de pasar por todo ese proceso de crear nuestra identidad. Es una rola muy sabia.

Alguien se nos une y prende un cigarrillo.

-¿Han visto cómo vuela un diente de león cuando le soplas?, se ve hermoso. Da una calada al cigarro que causa que ambos validemos su oración.

Fue en ese instante que me empecé a sentir demasiado yo, fui consciente de que esa identidad de la cual uno no se desliga desde que pretende crearla, quizá en la pubertad, se encuentra en constante recreación y que quedarnos sin ella significa no existir.

Salí del pequeño local despidiéndome amablemente y deseando volver a verlos, a ambos. Casi al irme el hombre que nos acompañó le preguntó al otro, ¿por cierto, no extrañas a Mari? Yo quería oír esa historia, saber quién era Mari y qué otra canción pondría de fondo para contarla.

Puse los audífonos en mis oídos y busqué Diente de León, compré un cigarrillo para acompañar al otro hombre, aunque sea de lejos. La piel chinita y un escalofrío me invadió al caminar por las calles oscuras porque supe que una de esas historias que solo había leído en novelas me acababa de suceder a mí. Yo también quería volar como un diente de león, yo también quería manotear en el aire. Solo estaba el humo fugaz del cigarrillo, viajando ligero.

Orhan Pamuk concebía a los vendedores callejeros como los ruiseñores de la urbe, y yo me di cuenta de que los pequeños locales son guardianes de miles de historias. Qué otra cosa iba a poner mañana, qué otro tipo llegaría y se pondría a reflexionar gracias a una plática suya, quién sabría la historia de Mari que yo dejé inconclusa. Qué otra persona saldría de ahí queriendo ser como un diente de león, no se sabe, a menos que uno vuelva.

En pláticas posteriores le pregunté a una amiga que si ella sería capaz de reconocerme si un día mi identidad se esfumara, si no estuviera, ¿entonces qué me haría “yo”?

Si se ve un diente de león, uno podría concluir que todos son iguales, pero es solo porque no nos fijamos en los detalles. Algunos tendrán tallos más grandes que otros, y unos pierden más dientes que otros al soplarle. Se puede reconocer a un diente de león de otro por su fortaleza. ¿será igual con nosotros?

Bellamente, Dag Hammarskjöld, ex secretario de la ONU, manifestó que “la vida sólo exige de ti la fuerza que posees”. Sin identidad seríamos, tal vez, solo nuestra fortaleza. Afortunadamente, Ernest Hemingway siempre nos dará una palmadita en el hombro cuando dice que “el hombre no está hecho para la derrota; un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”. Nos une pues, la fortaleza, nos diferencia el potencial.

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