De entre los defectos físicos y genéticos que padecemos los seres humanos, pocos están en tan perfecta sincronía con el funcionamiento del sistema capitalista como la miopía y el astigmatismo.
Hoy por la mañana al tomar mis lentes e intentar ponérmelos, se desprendió la varilla izquierda de aquel tan necesario instrumento para mi vida cotidiana. El evento lo tomé con estoicismo y sabiduría. Me dije a mí mismo “no hay problema, iré a la optometría y lo arreglaran en un segundo”.
Nada más me vestí y bañé, me dirigí a ese recinto donde esperaba que aquel problema encontrará una solución rápida y efectiva. Saqué mis lentes rotos y se los mostré al oculista. Él frunció el ceño y los observó desde todos los ángulos. Dio media vuelta y se acercó a una caja con múltiples piezas y herramientas. Después de un par de minutos, regresó hacia donde yo estaba con un gesto serio y me dijo “no tiene reparación”. Pronto se sumió en una explicación de cómo el mecanismo de la bisagra se había rotó de tal forma que no se podía reparar, existía la posibilidad de soldarlo pero la varilla del lente quedaría inmóvil.
Mi primera reacción fue consultarle si podía embonar las micas con mi graduación en otro armazón, ante lo cual el oculista me dijo que era viable, pero hizo énfasis en lo rayadas que ya estaban éstas, y me recomendó comprar unas nuevas. Además, al ver mi expediente, él había notado que hacía ya dos años que no me hacía un examen de la vista, por lo que me reprendió y me dijo que se recomendaba hacer al menos uno al año dado mis padecimientos ópticos.
Tan sólo escucharlo, supe lo que se avecinaba: tener que comprar unos lentes nuevos, y hace dos años que mi graduación oscila en un precio muy elevado, incluso, por encima de lo que cuesta un armazón de una prestigiosa marca. Pronto me encontré sentado viendo la típica pantalla con letras, dictándole al doctor hasta qué línea podía ver.
Al terminar la prueba me dio los resultados. Mi ojo derecho estaba bien, un ligero aumento de .002 dioptrías. No obstante, mi ojo izquierdo había aumentado severamente hasta casi 1 dioptría. Lo que significaba que mi ya de por sí cara graduación sería un poco más costosa.
Al darme mi presupuesto para mis nuevos lentes, me quedé pasmado. De la noche a la mañana tenía un fuerte gasto no previsto.
Desde hace algunos años, la comprar de lentes se ha elevado a precios anonadantes; mi último armazón costó lo que gasté en un viaje vacacional a Sonora en diciembre pasado. Y parece ser que con el tiempo irá aumentando. Pronto usaré lentes de fondo de botella o tendré que conseguirme un lazarillo para que sea mis ojos ante el mundo, a razón de mis deficiencias ópticas. De mi cartera saqué mi tarjeta e hice el pago. Un poco afectado por lo vulnerable de mi economía y ahorros que había planificado para los próximos meses.
La tragedia no termina ahí, dado que los lentes tardarán una semana en estar listos; por ese tiempo iré por el mundo como un cuasi ciego o un ser que ve formas y colores borrosos donde hay letras, señales y rostros.
Uso lentes desde los diez años, jamás me molestó ser un cuatro ojos o tener que ponerme ese artefacto sobre mi nariz para observar el mundo como es, nunca antes había pensado en la posibilidad de la operación, pero al ver lo caros que son ahora los lentes que necesito, se abre la brecha para esa opción.
Al final, toda esta catarsis se reduce a la siguiente sentencia:
¡Me caga estar ciego! Benditos aquellos que tienen buenos ojos.