Por: Aldo Rafael Gutiérrez
@aldorafaello
Estamos a nada de los comicios intermedios donde los cargos para diputados, alcaldes, jefes delegacionales, e incluso algunos gobernadores, estarán en disputa el próximo siete de julio. Ante esta situación, instituciones, intelectuales, columnistas, periodistas y gente de las redes sociales, se han dado a la tarea de mostrar su postura sobre la utilidad del sufragio y si se debe o no votar.
Desde esta trinchera, y sin afán de dar por su lado a ambas tesis, les garantizo que las dos tienen razón y las dos están equivocadas. Pero lo importante no es eso, sino entender el porqué de mi respuesta.
Para ser francos, todo se reduce a un problema de origen, que va más allá de la década de 1990 cuando nació el Instituto Federal Electoral (IFE), ahora mutado en Instituto Nacional Electoral (INE), hace poco menos de 500 años. Desde la conquista de estas tierras, se establecieron diferencias sociales muy marcadas, en buena medida por el mestizaje. Una amplia cantidad de castas se originaron y con ello prevaleció una jerarquía entre unos y otros.
Ese rechazo y menosprecio a las clases populares nunca se borró, pese al movimiento de independencia, la Guerra de Reforma o la Revolución Mexicana; estuvo ahí siempre. En principio se remitió sólo al color de piel, después se amplió a todo aquel que fuera miembro de los sectores más humildes. Esos que jamás salieron de la fosa común donde los poderosos los enterraron para todo, excepto para una cosa: el voto. A alguien había que venderle patrañas a precio de oro para que siguiera trabajando de forma esclavizada, sin aspiraciones, sin alma.
Pero México no podía seguir poblado por ‘sombrerudos’ mientras los demás países forjaban sus industrias. Había que crear una ilusión tan grande como sus santos, y sobre todo, demostrar al mundo que el país tenía la altura para enfilarse en la ruta de la modernidad. De esa forma nació la democracia y debía ser encabezada por un símbolo tan similar a su bandera, que nunca podría ser olvidado. Así fue como los hijos de la revolución forjaron un sistema dictatorial tan perfecto que hasta parecía democracia. Había elecciones, otros candidatos, incluso otros partidos, pero nunca ganaría nadie que no fuera soldado del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Llegó el nuevo siglo y con él otro truco de magia llamado alternancia. Parecía que al fin se hacía notar la voz del pueblo y podía elegir: nos equivocamos. Al final sólo se mostraron las mismas prácticas pero con la cara roja pintada por cientos de miles de muertos.
Este recorrido lo hice por dos razones: la primera porque la mayoría de nosotros carecemos de memoria histórica casi por completo y creemos que la razón de la situación actual sólo se debe a la partidocracia, cuando ellos no han sido los únicos que han colocado ladrillos a esa barda. Nosotros también hemos sido albañiles de tan horrible monumento; en segundo lugar, y más importante, porque creemos que con aceptar o rechazar una elección ya estamos ejerciendo nuestra cultura política sin antes analizar todos los traumas que traemos individual y colectivamente. El derrotismo que nos vence antes de iniciar la carrera o el paternalismo son algunos de los síntomas que padecemos.
Me extraña que muchos de nosotros queramos hablar de democracia cuando ni siquiera hemos sido capaces de quitarnos las vendas y dejar los atavismos de aquel pueblo aplastado por años de lástima y un cretino dicho que nos condena al “aquí nos tocó vivir”.
Consideramos que por criticar los comentarios o acciones de gobernantes, aspirantes o representantes de instituciones, a través de Twitter o Facebook, ya estamos forjando una cultura política. Permítanme decirles que no señores. Por la sencilla razón de que es nuestro sistema el que no sirve, pero no sólo no funciona por su mañosa construcción, sino porque seguimos creyendo que es la obligación de alguien salvarnos y, principalmente, porque somos conformistas y no queremos salir de la zona de confort para arriesgarnos, total, el chiste es sacar hoy pa’ la comida, mañana Dios dirá.
Es cierto, si no votas, alguien más elige por ti, pero si votas, continuas dando de comer a la hidra de cabezas con diferentes colores. ¿Qué hacer entonces? Lo ideal es la organización desde el núcleo de la familia, desde los suyos. ¿Cómo quieren hablarle a la gente de ir a una marcha para exigir respeto de lo que sea cuando no saben respetar a su propia sangre? Es necesario que antes de ir a la guerra, en los sentidos metafórico y literal, primero deben aprender a cuidarse entre ustedes, escucharse, enseñarse y aprender.
Yo no tengo las respuestas, pero estoy seguro que tenemos que empezar a ser autocríticos sobre el lugar donde estamos parados y qué hacemos para hacerlo más habitable. Una vez aprendida la lección, podremos forjar las condiciones para ser ciudadanos y exigir lo que nos merecemos como nación.