Quizá un día sepas que me preparo para los días de ausencia, esos en los que te tomas un descanso de la rutina laboral y sales a disfrutar de la vida, esos en los que no tendré tu chat en los primeros de mis conversaciones ni tus palabras o audios para hacerme saltar de alegría.
Te preguntarás cómo lo hago. La verdad es que es simple. Echo mano de los recuerdos, de los mensajes guardados, del buscador para traer al presente las canciones, las películas y las series que me recomiendas y así sentirme acompañado.
Otras veces me pongo a escuchar los audios que te he dicho que he marcado con una estrellita, cierro los ojos y trato de imaginar las expresiones que hacías en ese momento, cómo se te forman dos hoyuelos sobre las mejillas, los ojos de te empequeñecen y terminas por sonreír y destruir cualquier atisbo de miedo.
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También es cierto que tiro de las fotos que ya son recuerdos. De aquella de tu pastel en la oficina, de tu mirada concentrada, como pidiendo un deseo; de tus manos sujetando el cuchillo de plástico para repartir; de tus ojos cerrados mientras te cantamos las mañanitas; de tu sonrisa que da vida.
A veces cierro los ojos y recuerdo las ocasiones en que me has mirado a los ojos, aquellas en que te he podido abrazar antes de las despedidas, y me da por imaginar tu voz y tu risa del final, esa que hace que todo el miedo se vaya.
En fechas como estas, me alegra tener buena memoria. Porque ahí viven guardados o reconstruidos, instantes que hemos compartido, y que se han convertido en la reserva a la que ahora me aferro, en los días de ausencia.
Ahora ya sabes otro de mis secretos, si es que por accidente leíste esto, o te lo encontraste por ahí, o si tuve la desfachatez de pegarlo en tu chat y no en el mío. O quizá no.
Y si lo llegas a leer, quiero que sepas que, aún en los días de ausencia, me haces sonreír.