Análisis | ¿Cómo entender el arte en la posmodernidad?

El usar la obra como medio de exhibición, termina por convertir al arte en marketing. Foto: Especial.

Las sociedades occidentales, y sobre todo las desarrolladas en materia económica, han traspasado, desde hace tiempo, el umbral de la desubstancialización, también llamado posmodernidad. Este nuevo momento histórico comporta una gama de patrones socioculturales dignos de ser diagnosticados, pues, como ha llegado a señalar a lo largo de su vasta obra Gilles Lipovetsky, traen consigo un amplio abanico de patologías y de síntomas que hacen de esta época un bastión de la vacuidad y de la fragmentación ideológica. Para dar ejemplo de ello no hay mejor fenómeno que el artístico, ya que es sobre este terreno donde podemos apreciar, de manera más tangible, ese desagarre ideológico en el espectro sociocultural del que hablamos. No obstante, antes de comenzar, cabría que señalar algo: al ser el mundo del arte una plataforma tan multifacética y amplia, no pretendo generalizar y afirmar que todo arte que se produce hoy en día, llámese plástico, musical o escultórico, responde a esa desubstancialización y pensamiento vacuo; un planteamiento así sería errado y limitado, debido a que encerraría en una misma esfera de análisis toda la dinámica artística y dejaría de lado propuestas harto interesantes que se llevan a cabo en diversas latitudes de nuestro planeta. Más bien, esta crítica de la nueva vivencia estética a la que nos invita el arte posmoderno, se centra en aquellas tendencias actuales que posicionan en la cima del arte contemporáneo a obras que, desde mi perspectiva, ya no invitan a la reflexión y mucho menos logran, al estar desprovistas de sentido y de mensaje, aquellos tres momentos presentes en el rapto de la razón de los que nos habla el esteta español Juan Plazaola en su introducción a la estética, a saber: el debilitamiento de la realidad práctica, la exaltación del sentimiento de vida y, por último, la pérdida del yo, o, en palabras de Schopenhauer, la dicha de la contemplación sin voluntad.

Todo ello queda perdido en la obra artística contemporánea porque, como hemos dicho, tanto el artista como el publico al interior de la vorágine posmoderna, ya no exigen reflexión ni fundamento, sino simplicidad y flexibilidad ideológica. Y, en un mundo donde, gracias a la vacuidad ideológica y a la hiper apertura, todo es permitido y todo es aceptado, todo termina por ser arte, aunque ya no nos transmita nada.

Es esta la crítica fundamental que va dirigida hacia aquellas producciones artísticas contemporáneas, pero, para lograr que el lector visualice todos los pliegues y los vértices de esta idea, hagamos de este ente abstracto, que he venido manejando como arte contemporáneo, un objeto concreto sobre el cual posar nuestras dudas. Usemos, pues, para este fin, la obra “artística” más icónica de Jeff Koons, su Ballon Dog (perro de globo). Esta escultura asemeja, en proporciones más amplias, ese objeto cotidiano que todo niño en una fiesta obtiene de las manos de payaso, esa figura de globo que brota de las manos de alguien en menos de un minuto. Empero, para la culta audiencia actual, fanática del arte sin sentido, la escultura de Koons muestra casi la apoteosis del arte contemporáneo, lo que evidencia, que la cima a la que estas sociedades aspiran no está, ni remotamente, lejos de sus valles. Para mí, la obra de Koons es una muestra clara del pensamiento desusbtancializado, de la tendencia actual de las personas por interesarse en el llamativo envoltorio mientras dejan a un lado el valor del contenido; de la superficialidad atroz con la que los unos y los otros se miran. Y no es de sorprender, vivimos en el reino de las redes sociales dominado por la imagen artificial, donde la alteración o adorno de lo real se recompensa con reacciones que validan al sujeto y lo reconfortan, formamos parte de un mundo en donde mientras más se finge más se es. Pero el precio es muy caro, porque al final lo que soy termina siendo una máscara que he construido para el otro, lo que desmorona al sujeto que condiciona su ser a un ser para el otro, y lo peor de todo es que el otro es un ente cada vez más abstracto, pues es una simple pantalla, una serie de algoritmos en un monitor.

Es en este contexto, donde el arte contemporáneo, ejemplificado en el perro de globo de Koons, encuentra un terreno fértil, gracias a que este tipo de obras “artísticas”, son producciones que el publico ya no disfruta de frente sino de espaladas. Es decir, antes una pintura era vista y entendida por el contemplador porque transmitía un mensaje, el sujeto debía interpretar la vivencia que el artista depositaba en su cuadro, sin embargo, en nuestro momento histórico actual (la posmodernidad) al estar la obra desprovista de mensaje y ser en gran parte un objeto de fabricación casi industrial, el sentido se pierde, por lo que el contemplador ya no tiene necesidad de contemplar nada sino de fingir su contemplación, y la mejor forma de fingirla es mostrarse al otro mediante las redes sociales en una fotografía en la que posa a un costado de la obra que se supone está contemplando. Es por ello por lo que digo que el arte contemporáneo es un arte que se goza de espaldas, porque las personas los buscan como fondos de sus fotografías, como hermosas carnadas atrapa likes. Es esa la función del arte contemporáneo. Una vez desprovisto de una vivencia artística real, solo le queda servir como objeto de vanidad social, ya que las personas pueden presumirse como conocedoras de ese arte porque tienen la gran ventaja de poder responder a cuestiones como ¿Y qué te transmite esa escultura? con cualquier cosa que les venga en gana, porque ante algo que no tiene ningún fundamento ni otorga mensaje, la interpretación que se le da es libre y vacía. El perro de globo de Koons puede ser una representación de la infancia continua del humano, o una critica a la sociedad de consumo, o una propuesta minimalista o cualquier otra cosa, porque algo vacío puede ser llenado de cualquier cosa.

Pero, debo señalar algo antes de terminar, este fenómeno no es culpa del artista, el artista produce lo que su sociedad le demanda, y lo que las sociedades occidentales posmodernas piden a gritos hoy en día son formas sin contenido, cosas sin fundamento, vacuidad y simplicidad, nada demasiado pesado para su frágil razón. Es de esta forma como se debería repensar la vivencia estética, como un síntoma que manifiesta la vacuidad y la desubstancialización ideológica del sujeto y de las sociedades contemporáneas.

Así pues, es esta la forma en la que yo visualizo la nueva vivencia estética del arte en las sociedades contemporáneas. Una vivencia artística nociva, que muestra cuán perdido se encuentra el sujeto actual en su torbellino de individualización y necesidad de reconocimiento externo. El usar la obra como medio de exhibición, termina por convertir al arte en marketing, en ritual de embellecimiento, en filtro que cataliza los procesos de reconocimiento vía redes sociales y hace que la aceptación del otro me llegue más rápido.

La vivencia estética de la obra pictórica o escultórica debe ser un goce que se produzca por a través de la visión, pero mientras se siga “contemplando” de espaldas, estaremos muy lejos de volver a sentir un rapto de la razón.

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