Hace unas semanas la colectiva Brujas del Mar hizo un llamado a todas las mujeres, a que el 9 de marzo se unieran a un paro nacional. Aunque mucho se cuestionó, tergiversó y criticó la iniciativa, hubo respuestas diversas, todas y cada una de ellas que invitan a reflexionar.
Por supuesto, no quiero hablar de las miles de críticas o los discursos patriarcales y violentos por parte del Gobierno. Pero me gustaría ahondar en la trivialización del paro a través de los “permisos” que otorgaron las empresas e instituciones para realizarlo.
Leí muchas reflexiones de mujeres diciendo que para hacer un paro no se pide permiso. Por supuesto, no me cabe duda de la relevancia y su significado. Las experiencias en otros países, particularmente, la de Islandia, era un ejemplo muy claro de la organización y el impacto que tiene en la sociedad y, en ese caso, en la economía la ausencia de las mujeres.
En México tiene más connotaciones. En México la ausencia de una mujer significa su desaparición o su asesinato. “No aparecen muertas, las matan”, es una de las consignas feministas contra el feminicidio, el acto final de un sistema de violencias que van escalando hasta el desenlace fatídico del feminicidio.
Si yo desaparezco, si me asesinan, no podré ir a la oficina, no podré caminar por las calles, no pondré mi huella en el biométrico, no contestaré las llamadas, ni los mensajes, no abriré mi correo electrónico, no enviaré esa información, no escribiré esa minuta, ni asistiré a esa junta, no tomaré el Metrobús, no compraré una botella de agua, no escucharé la voz de amigas y familiares.
Varias empresas, si no totalmente conscientes de la problemática, sí obligados a cuestionarse qué hacían ellos o, más bien cómo se unían a la tendencia, empezaron a enviar comunicados sobre la “flexibilidad” de realizar el paro. “Sí puedes parar, pero…”
Cubrir con la cuota de género para quedar bien se le ha denominado el pink washing, que es sólo la pantalla de pretender que hacemos algo por la paridad de género, por trabajar en espacios libres de violencia y acoso, por lo tanto, “te dejo parar” para que en mi empresa, organización o institución se sepa que las apoyo, pero por dentro, los abusos de poder, la violencia verbal y el acoso están a la orden del día, pues no están realmente dispuestos ni comprometidos a cuestionarse absolutamente nada.
Te damos permiso de parar porque somos muy conscientes, pero debes hacer home office, pero vas a hacer horas extras el resto de la semana, pero te vamos a descontar el día o, qué tal si mejor cerramos la oficina o se suspenden las clases como un día de asueto, como si fuera un puente, como si, de nuevo, nuestra lucha no fuera importante.
Todas esas posturas no son tan distantes a las de las empresas que definitivamente ni se pronunciaron ni les “dieron permiso” a sus trabajadoras de hacer paro. Muchas, incluso, se cuestionaban si esta forma de protesta no era demasiado privilegiada o burguesa. No todas tenemos la posibilidad de marchar, ya sea por la imposición capitalista, neoliberal, explotadora y machista de ser mano de obra o un recurso más, o porque en nuestras actividades, parar implica dejar de percibir dinero en un sistema cada vez más precario y desigual para las mujeres.
Estoy ahora desde mi casa en el paro que me permitieron hacer sin consecuencias; detrás de una computadora vertiendo estos pensamientos, mientras sé que hay muchas mujeres que todavía no pueden hacerlo o no lo quieren hacer.
El desaprendizaje llega de distintas formas y en distintos momentos para todas. En la oficina una chica que lidera a un equipo, me dijo que unas mujeres parte de su equipo trabajarían desde casa para no afectar las actividades y compromisos con los clientes. ¿Y si un día desapareciéramos todas? ¿Cuántas actividades y compromisos con clientes se afectarían? ¿Los hombres las asumirían completamente? ¿Se preocuparían por ello?
Las conciencias no despiertan de forma rápida y definitivamente no para quienes no desean cuestionarse. Me pregunto cuántas de las empresas, organizaciones e instituciones que nos dieron permiso para hacerlo —qué lujo— se tomaron la molestia de revisar si tienen protocolos contra la violencia de género, cuántas mujeres en puestos directivos tienen, cuántas ganan los mismo que sus contrapartes masculinas, cuántas en una reunión hablan sin ser interrumpidas o ignoradas, cuántas instituciones educativas han llevado acciones contra el profesorado señalado de acosar a alumnas o contra los alumnos que violentan y acosan a sus compañeras.
También mi reflexión feminista me llevó a pensar que necesitamos otras formas de protesta que nos incluyan a todas, simbólicas o confrontativas. Hace falta un trabajo social grande para todas, uno donde la digna rabia nos haga no pedir permiso y tomar lo que nos corresponde por derecho: espacios libres de violencia, acceso a las mismas oportunidades, no precarización del trabajo y los salarios. Mañana regresaré a mis actividades, saldré por la mañana a la oficina, pondré mi huella en el biométrico, entraré a la junta, enviaré ese correo, tomaré el Metrobús y tal vez, regrese a casa sana y salva. No sabré, con exactitud, cuántas de nosotras sepamos lo que significó, cuántas dejaron de ver redes sociales, cuántas de mis compañeras no aprovecharon para ir al cine, para pagar algún servicio, para cuidar a los niños, al marido, al padre porque decidieron o porque no pueden dejar de hacerlo.
También, este día me llevó a pensar en esto de que desaparecer es un acto político muy fuerte, tan es así que a la mitad del día no pude seguir desaparecida porque me niego a hacerlo, porque existir en estos días es un acto de rebeldía y resistencia más fuerte que el performance de hacerlo un día, por las que sí desaparecen y asesinan a diario. Pero, después de mis reflexiones sobre la marcha del #8M, este día me sirvió para autocuidarme, para leer un montón y charlar sobre lo que significa para mí el movimiento feminista, el feminismo y cómo estamos moviéndonos.
Especial #8M: Que ninguna mujer sea violentada ni silenciada