Todas las mujeres que hayamos tenido una relación más o menos complicada con nuestras madres, hemos visto alguna serie de televisión o película que nos ha hecho pensar “ojalá yo me llevara así de bien con mi mamá”. Para mí, eso sucedió con Gilmore Girls durante mi adolescencia.
La serie gira en torno a Lorelai (la madre) y Rory (la hija) que más que familia, son mejores amigas, fundamentalmente porque Lorelai fue madre a sus 16 años. Se estrenó en el año 2000, lo cual suena increíblemente lejano ahora y figúrense que yo tenía 13 años en ese entonces; sin embargo, la primera vez que la vi fue a mis 16 años, cuando estaba en su tercera temporada. Imagínense también qué tanto ha envejecido la serie, que algunos de los personajes tenían beepers en las primeras temporadas y eran su forma de comunicarse.
La historia comienza cuando Rory tiene 16 años y cambia de la escuela del pequeño pueblo donde viven, Stars Hollow en Connecticut, a una escuela privada. Ahí fue la primera coincidencia para mí, Rory y yo teníamos la misma edad, aunque nada en común además que nos gustaban los chicos y tomábamos decisiones equivocadas por eso. En varias ocasiones he visto que describen el programa como una dramedy, una especie de híbrido entre drama y comedia y creo que justo eso es, aunque en principio tuvo éxito en Warner Bros. porque se vendió como una comedia de una hora, a diferencia de todas las demás que tradicionalmente son de 30 minutos.
Claro que nada de eso importa para mí, pues lo que más me atrajo del programa fue lo rápido que hablaban todos los personajes y lo locos que estaban. Recuerdo a mi mamá diciéndome “Ya estás viendo otra vez a esas merolicas”. Pero la velocidad de su hablar era poco al poner atención en el diálogo, plagado de referencias sobre libros, canciones, películas, programas de televisión… Todo un estudio de la cultura pop. Y para qué les miento, hasta la fecha no logro entender todas esas referencias, pero las que sí comprendo me hacen morirme de risa. La creadora de la serie, Amy Sherman-Palladino (conocida también por “La Maravillosa Sra. Maisel”) ha comentado en entrevistas que cuando se grababa la serie, se divertía viendo a los actores y actrices tratando de entender todas las referencias.
Y bueno, ¿por qué digo que es mi serie de confort? Porque la puedo ver cuando sea y me hace sentir bien. No importa si me sé los diálogos de memoria, o si puedo identificar los capítulos por lo que está vistiendo Lorelai o saber qué temporada es con ver el cabello de Rory. Siempre regreso a ella. Puede ser que cambie mi percepción de la historia a medida que me hago mayor, pero siempre me reconforta verla porque para mí es volver a algo familiar. Como les dije, me identificaba con Rory, pero ahora me desesperen algunas de sus decisiones e incluso entiendo mejor a Lorelai. Además de eso, me hace sentirme empoderada. ¡La serie es puro girl power! Engrandece nombres como el de Patti Smith y aunque aquí recuerdo a un amigo diciéndome que es puro girl power, pero desde un punto de vista muy gringo, para mí es una historia sobre mujeres y eso es suficiente. Cómo se enfrentan a la vida, como lidian con el amor y las dinámicas familiares que pueden llegar a ser tan complicadas y dolorosas. Por esto último, uno de mis personajes favoritos es el de la madre de Lorelai, Emily Gilmore. Ellas dos tienen una relación difícil, llena de resentimientos y asuntos sin resolver. En muchas ocasiones me ha recordado a mi mamá, porque para nosotras, al igual que para ellas, hablar nunca ha sido fácil y aunque no llega al nivel de complejidad que la del programa, hemos tenido temporadas un tanto dolorosas. Con la edad cambian las cosas, pero por mucho tiempo sentí que no podía hablar con mi mamá sobre cosas que me molestaban, pero esto ya se está poniendo muy personal y mejor le paramos ahí, que para eso es la terapia.
En fin, queridas y queridos lectores, mi recomendación de la serie va por el guion de la misma. Es dinámico e inteligente, otro de esos programas que retan a sus espectadores a seguirles el paso, pero sin cansar. Tiene frases memorables y a su forma y tiempo se convirtió en una serie de culto con fans increíblemente dedicadas/os. Claro que todos los fans tenemos opiniones muy fuertes y poco flexibles sobre la serie y ni nos hagan hablar de la séptima y última temporada, porque nos ponemos muy emocionales con el hecho de que la creadora ya no estuvo involucrada y lo desastrosa que fue. Y qué tanto se quiere a la serie, que Netflix lo capitalizó y “la revivió” estrenando 4 capítulos nuevos a finales de 2016 nuevamente con guion y dirección de Amy-Sherman Palladino, que si me lo preguntan es brillante.
Lamentablemente las expectativas eran muy altas y fue difícil cumplirlas. En mi caso, muchas de las situaciones que se presentaron en esos episodios -o mini películas, como les llamaron- se sienten forzadas e incluso algunas de las actuaciones también se perciben así. Partes de la trama son verdaderamente absurdas incluso para los estándares de la historia original, y se vuelven cansadas muy rápido. Además, el actor Edward Hermann (que en la serie interpretó a Richard Gilmore, el padre de Lorelai) falleció en 2014 y su ausencia fue muy grande.
Pero lo someto a su consideración. La pueden encontrar en su totalidad en Netflix y puede ser una gran compañía para los días lluviosos que ya nos alcanzaron.