Por: Juan Pedro Salazar
@juaninstantaneo
La cadencia es ruptura. La velocidad del juego y fortaleza física de los protagonistas se rompen cuando un jugador se detiene un segundo y cambia de ritmo, entonces el mundo se detiene y el poseedor de esa habilidad se vuelve arquitecto de destinos de gol. Uno de ellos tratará de edificar su última gloria como jugador culé: Xavi Hernández.
Berlín será testigo del último juego como azulgrana del nacido en Terrassa. El encuentro no es menor, la final de la Champions League y la posible consagración del triplete blaugrana. A la dicha de una victoria se sumaría la nostalgia del adiós. Xavi se va con todo y la mágica cadencia de sus piernas.
Sin embargo, el principio de esta historia tuvo momentos complicados, decisiones que estuvieron a punto de dejar al Barcelona sin uno de los constructores del famoso tiki-taka.
Todo comenzó cuando las puertas de La Masía se abrieron para recibir a un niño de 11 años. La disciplina blaugrana moldeó un mediocampista capaz de pensar con anticipación y ejecutar un pase con elegancia inglesa.
El debut llegó una tarde de final de Supercopa española. Barcelona enfrentaba al Valencia y Louis Van Gaal, técnico culé había alineado a un jovencito que no pasaba del 1.74 de altura. Xavi le dio la razón a su entrenador cuando anotó y ayudó a la consagración local de su equipo.
Poco a poco, Xavi ganó confianza aunque un sector de la prensa, afición y directiva lo comparaba con Guardiola. La presión estuvo a punto de doblar a un joven de 18 años; por fortuna para el barcelonismo, los consejos de su madre le dieron la fuerza necesaria para quedarse en casa.
Entonces, tras salir avante de una lesión en la rodilla, Xavi comenzó su consagración en el Barcelona de Frank Rijkaard. Junto a Andrés Iniesta y Deco, formaron un tridente en el mediocampo que generó importantes frutos para los blaugrana. Entonces, llegó la oportunidad de brillar en la selección española.
Dos técnicos han marcado la evolución de Xavi en el futbol, con ellos descubrió y potenció el nivel que lo colocó como uno de los mejores jugadores del mundo. El primero fue Luis Aragonés, entrenador de la selección española que lo volvió hombre central en el esquema de los ibéricos. Con la ‘Roja’ conquistó la Eurocopa de Austria y Suiza; y sería la base del campeonato en Sudáfrica.
El segundo fue ‘Pep’ Guardiola. El Barcelona del triplete no se entendería sin el aporte de Hernández y su amigo siempre fiel: Andrés Iniesta.
Todo ataque culé pasaba por los pies del camiseta 6. Arrancaba desde el primer cuarto de campo con el balón controlado y desde ahí comenzaba a distribuirlo; quien lo recibía, sabía que en Xavi tendría un apoyo para descargar y revitalizar la jugada. Sus pases tienen la precisión de un arquero apuntando al centro del objetivo.
A ello se suma la su experiencia y amor por la camiseta del que es “más que un club”. Con los azulgranas disputó 764 partidos en 17 temporadas; consiguió 23 títulos y anotó en 86 ocasiones.
Hace unos días, el Camp Nou lo despidió con un mosaico de gratitud y vítores cada que tocaba el balón. Hoy, el futbol mundial despide a uno de sus últimos magos, aquél que vio en la cadencia una brújula para guiar el destino de todo un equipo.