Que sirvan, Señor, las torturas
a las que me sometió mi padre
siendo yo un niño.
Que sirvan, señores, niños, amigos, alimañas,
las noches en que mi padre me abrió el alma a patadas.
Que sirvan, pues, camaradas, los años de la dictadura.
Y aquí los espero, brutos, cavernícolas.
Corten todos los árboles del mundo
y preparen sus flechas,
armen sus catapultas,
engrasen los engranes de los onagros y ballestas, bellacos,
que yo adoro la guerra y su maquinaria sudorosa y sangrienta.
Afilen sus espadas, simios salvajes,
toquen los cuernos y los tambores,
declamen arengas, golpéense el pecho,
griten, aúllen y convoquen a los muertos.
Izen las banderas, alcen los brazos,
monten sus caballos, carnaval de monos salvajes,
y, con el cuchillo entre los dientes,
carguen contra mí,
de uno en uno,
de diez en diez,
de mil en mil, si quieren, señores;
suelten, petimetres, las correas de sus perros,
las cadenas de sus dragones,
que yo todo lo soporto.
Porque yo soy el monstruo,
el hijo que sobrevivió a mi padre.
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