Se me fue la oportunidad de ver Amores materialistas en el cine, pero esta semana me la eché en su plataforma de streaming de confianza. Y tengo algunas cosas qué decir.
Tengo que empezar hablando un poco de Vidas pasadas, porque fue una película que gustó mucho y que generó expectativas bastante elevadas ante la siguiente producción de Celine Song. Vidas pasadas es una película que trata la separación y explora la posibilidad de que dos personas que se separaron hace mucho tiempo puedan, después de años, de alguna forma regresar y reconstruir ese pasado en el presente. Vidas pasadas no tiene un final feliz, al menos no a la manera de las comedias románticas, al contrario, es realista (el internet dice que es un drama romántico, lo que sea que eso signifique). En el desenlace de la película nos queda claro que las decisiones se han tomado y no hay vuelta atrás; es decir, aunque estos cuates se vuelven a ver, no hay otro desenlace que la distancia: él vuelve a su país y ella a los brazos de su esposo.
Como dije al principio, esta película gustó mucho y la vara estaba muy alta a la hora de estrenar una nueva propuesta cinematográfica que también se mete en los terrenos del amor y que de alguna forma también trae a tema una suerte de triángulo de los afectos. El caso es que, por las críticas que vi, la expectativa no se cumplió, Amores materialistas no gustó tanto como se esperaba, por un montón de cosas, que si las actuaciones, que si los personajes no convencen, que si a la historia le falta cohesión…
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Esta película sí cumple con el final feliz a la manera de la comedia romántica. Aunque al principio parece irse por otro lado, acaba como cualquier propuesta en la que triunfa el amor y la pareja que ha batallado por años, por fin queda unida alegremente. Y es que la premisa es súper interesante: ¿Y si pudiéramos confeccionarnos el amor a medida? ¿Si, así como contratas a una agencia de viajes que te diseña el itinerario de tus sueños basado en tus gustos, tus tiempos, tus prioridades, etc., pudieras contratar a una señorita que te encuentre a tu pareja ideal? ¿Y acaso esta “confección” del amor es verdaderamente amor o es otra cosa?
Digamos que sí se puede y que nuestra protagonista encuentra a su pareja perfecta en el indudablemente increíble y precioso Pedro Pascal. Ah, pero ella no logra amarlo; es decir, lo tiene todo: educación, dinero, belleza, se sabe arreglar, está dispuesto a comprometerse, a llevarla de viaje, a darle lo que sea. Pero ¿sin amor? El matrimonio es una transacción que trae consigo muchas cosas que poco tienen que ver con el amor, y sin embargo ella quiere amor. Un amor como el que tenía con su exnovio, a quien ella misma despreció por ser un actor fracasado que jamás tenía un centavo.
Nuestra protagonista está en la disyuntiva: una relación estable económicamente y segura en donde no hay amor o una relación (que por cierto ya tiene bien conocida) apasionada, con carencias materiales, pero llena de amor. Y aquí es donde digo que viene el final feliz y esperado: ella opta por el amor, por el pasado, por intentar otra vez (deseando un futuro más placentero, supongo, que los tirones de su relación). Amores materialistas nos da esperanza.
Y la realidad es que nos gusta esta esperanza, nos gusta ver historias felices en las que triunfa el amor, y aunque sabemos (porque claro que lo sabemos) que de amor no se viva y que amar jamás va a ser suficiente en una relación, nos seguimos decantando por el amor.
Historias como ésta hay varias. Ahí está Shakespeare in love: Viola está destinada a casarse con un millonario, porque no tiene opción, un señor que le dará una vida de riqueza y seguridad; pero ella lo que quiere es amar al poeta, aunque no tenga ni en qué caerse muerto. Y no hay final feliz, porque Viola no puede dar rienda suelta a sus deseos y tiene que casarse con quien no desea. En Moulin Rouge pasa algo parecido: Satine va a ser rescatada de una vida de prostitución por un duque millonario, pero ella ama al escritor, al bohemio, y con él desea estar porque por más que el duque le dé, con él no habrá amor. Hace no mucho me topé un meme con fotos de Rose y Jack en Titanic, y decía algo como: “Madurar es darse cuenta de que Rose debió haberse casado con el rico”. Y claro, uno en su sano juicio debería irse por la estabilidad, no por el muchachito que no tiene más que el contenido de su mochila.
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Pero nos gusta el amor, queremos el final feliz, aunque sepamos que es mentira. Y Celine Song en esta ocasión se decantó por el amor triunfante en lugar de dejar a la protagonista en un llanto inconsolable. Siento que en el fondo todos queremos vivir nuestra historia de amor, nuestra historia de película, queremos ver que el amor sea capaz de vencer todos los obstáculos, queremos casarnos enamorados y permanecer así toda la vida, queremos esa esperanza, pero la realidad es que eso no puede durar, es imposible.
El amor es una convención que tiene demasiados matices, pero de una cosa estoy segura: apostar todas las cartas por el amor es una equivocación enorme. No veo mal ser una persona “materialista” como en esta película, no veo mal priorizar otras cosas: la honestidad, la confianza, por poner cosas no materialistas; yo no me casé enamorada, es más, ni siquiera empecé una relación enamorada; yo me entregué sabiendo que a amar también se aprende y que el amor, más que una cosa etérea y caprichosa, es una decisión, uno puede decidir en dónde colocar el amor y qué valor darle.
Sin embargo, entiendo, el final de comedia romántica tiene su encanto.
