Tengo 23 años y definitivamente no crecí con la música de Zoe como probablemente sus hermanos mayores lo hicieron, si es que llegaron a ser fans del rock alternativo en español, pero de algo estoy muy segura: casi todos hemos escuchado alguna canción de ellos.
Recuerdo que los había escuchado, por primera vez, cuando iba a la secundaria con una canción poco conocida para los que no eran sus seguidores, pero para los que los seguían se había convertido en un hit.
Mi tía era una ferviente fan. Recuerdo cuando llegué a casa y la escuché cantando “Dead”, una canción que combina perfectamente los amplificadores de la guitarra con la batería, además de una letra que hablaba del desamor, como generalmente ocurre, pero que lo hacía de manera diferente porque ocupaba frases como “lágrimas de láser”, “se me escurre el diablo”, “membrana azul”, entre otras cosas galácticas.
Posteriormente, en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), me convertí en una chica que usaba collares con figuras de hongos, estrellas, lunas y esas ondas del universo. Mis estados de Messenger eran estrofas de canciones de Zoe y tenía un crush más allá de “Te soñé”, canción típica de los enamorados adolescentes y que me dedicaron más de una vez.
Para la universidad era una mezcla de “Corazón atómico”, “Últimos días”, “Miel” y todas las canciones que, conforme iba creciendo, lograban que me identificara con ellas, volviéndose un soundtrack que ocupo todos los días.
Pero lo más increíble que me pasó al crecer con la música de Zoe, fue cuando un hombre leyó, en una red social, dos frases escritas por mí: “ya no me destruyas, mejor desaparece” y “pensamiento alienígena”; la primera fungió como desahogo y la segunda como esperanza por parte de una de las canciones más simbólicas para mí. Rápidamente me escribió un mensaje en el cual me llamaba Dandrómeda en referencia a la canción titulada “Andrómeda”.
Él era una persona que me saludaba de vez en cuando por los amigos en común que teníamos, pero a partir de ese mensaje tuvimos extensas pláticas. Me convertí en la chica galáctica, a la que recordaba con alguna de canción o incluso con frases.
Sin embargo, lo mejor que ese hombre hizo por mí fue jamás dedicarme una canción de una agrupación que me fascinaba, ninguna canción que me recordara a él o a nuestras conversaciones -bastante simples-, pero que me hacían compañía cuando atravesaba por momentos difíciles; logrando que lo recuerde con júbilo, pero sin ningún sentimiento más que de gratitud, pues, me dijo sin decir:
“Déjame verte caer, déjame entrar en tus sueños”.