El está hecho ceniza y brotan cuerpos de un suelo desgastado.
Las manos sangran de vacío,
el tiempo sufre sus propios pasos.
Palpé mi vida en la herida abierta al espesor del mundo.
Dejé a la deriva los recuerdos:
volvieron con las plumas de pájaros famélicos
bañados de una luz que ciega.
Conocí un fuego que ya no abrasa,
me quedé en pausa con los brazos abiertos
y la mirada atenta a la maquinaria del caos.
El futuro se desliza entre las fauces de la nada.
¿Cómo no encaminarme a mi muerte y no regar lamentos por esta tierra egoísta?
¿Qué hago para que la memoria ilumine más que restos dolientes?
Ni las larvas del olvido saben de fallecimiento.
Crecen.
Brillan a través de un halo de sangre disecada.
Domestican la muerte.
Destruir el sol no es suficiente.
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