Hace unos días llegó un correo al mail de la oficina. Habría una plática o algo así llamada “Resiliencia: fortaleza ante la adversidad”, en la cual, decía, se abordarían retos de la vida diaria a través de la guía de una psicóloga y tanatóloga. Sobrellevar situaciones inusuales o inesperadas y anteponernos a los obstáculos se enlistaba como uno de los objetivos de la sesión.
Así como llegó el correo lo puse en el bonito ícono de la basura, y ya. Horas después una compañera manifestó su interés por asistir y además compartir la información con otras personas de la oficina, pues le parecía un tema importante y digno de atención. Yo por supuesto me sentí como marciana. Pero no sé si es por la edad o qué, el caso es que he decidido reflexionar sobre si mi actitud ante cosas que suceden podría estar acaso equivocada. Me han dicho que soy muy “cerrada”, que si me indican una forma de hacer algo yo lo sigo y ya, sin ser flexible hacia posibilidades distintas, que en mil cosas no distingo escala de grises. Entonces, como no quiero ser una cretina, me pongo a pensar si puedo estar equivocada y en este sentido debería ser un poco más abierta a escuchar una charla sobre la resiliencia con toda y lo inútil que me parece el concepto.
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Hago el ejercicio: reflexiono y me abro, pero a veces aunque lo haga y escuche y vea las cosas desde otra perspectiva, estoy tan descompuesta que por lo general no dejo de ver lo mismo que veía en un principio. Incluso en modo receptivo hay cosas que me siguen pareciendo verdaderas tonterías. Y siento que me debería disculpar por esto, pero simplemente hay cosas que no me cuadran.
Entiendo que haya gente que considera importante ser resiliente para enfrentar mejor los estragos de la vida, y sí, si no lo haces te mueres, pero creo que hay que asumir lo feo con todas sus letras y encararlo antes de sobrevivirlo y buscar estrategias. La resiliencia es, según entiendo, una cualidad que te va a enseñar a aguantar vara profesionalmente.
Recuerdo algo que me dijo un amigo hace un par de días (ni siquiera hablábamos de estos temas, pero hablábamos de la vida, y salió a flote). Me dijo que él tenía muy claro que en la vida hay que aguantar con tal de conseguir un objetivo. Y yo le decía que, personalmente, eso de aguantar me generaba muchos problemas, porque es muy delgada la línea entre soportar por un bien mayor y estar poniendo en riesgo lo que uno mismo es y cree. Cada quien resuelve como mejor puede y no no soy quién para dar o quitar herramientas ni para enaltecer o disminuir argumentos, no me toca. Pero es un hecho que a veces no se puede resolver. Y existe el fracaso y uno no está obligado a levantarse y tratar doscientas veces más. El fracaso existe. El dolor existe. La insatisfacción existe. También se vale vivir todo eso y buscar maneras de salir, en lugar de aguantar.
Estoy convencida de que no todos estamos hechos para lo mismo y por lo tanto no podemos ser medidos con la misma vara. Es un error pretender que todos vamos a solucionar de la misma manera o que tenemos iguales recursos tanto físicos como emocionales. Ahora recuerdo una imagen que vi en Facebook hace muchos años, una imagen cuyo sentido me impactó, no para seguirla, sino para cuestionarla.
En su momento (hace diez años, no miento) escribí algo breve sobre ella y sobre cómo su sentido de optimismo, en mí resultó en una patraña tremenda (vaya que esto lo único que quiere decir es que me siento marciana desde hace mucho tiempo). La imagen era horrible, tenía unos girasoles horrorosos y la frase (escrita en rojo) tenía una que otra falta de ortografía. Lo interesante (o preocupante) era que se vendía como una verdad universal. Cito: “El fin del sufrimiento se da cuando aceptamos la situación. El no aceptar nos causa dolor. No pongas resistencia. No es la situación la que te hace sufrir, sino la interpretación de la situación. Es decir, tus pensamientos.” Qué tomada de pelo, pensé entonces. Y recuerdo la famosa resiliencia y este llamado a aceptar, este imperativo a adaptarse a las cosas, a tomar otra perspectiva, a trascender el dolor y aceptar las cosas con la mejor actitud posible. Perdón, pero me sigue pareciendo una patraña.
Creo que no tenemos que ser resilientes. Hay veces en las que tenemos que salir corriendo. No sólo se trata de la perspectiva con la que aceptamos la adversidad sino de ver que la adversidad es a veces bien culera y querer vivir debajo de una piedra para siempre también debe ser una opción válida. ¿Por qué no habría de serlo? ¿Por qué tenemos que enfrentar de manera funcional y exitosa? ¿Por qué no podemos tomarnos un momento para elucubrar el suicidio como otra opción igual de viable? Pienso en el Sísifo feliz de Camus, el que aguanta vara frente a todo lo posible y confieso que es mi ideal de vida (mi ideal de vida no piensa nunca en el suicidio, pero ni modo, no somos personajes de libros). También confieso que a veces el mundo es demasiado y lejos de identificarme con Sísifo lo hago con Pizarnik y su constante sentir de cero pertenencia, sus versos que rezan que “habita con frenesí la luna”, que no tiene miedo de morir sino “de esta tierra ajena, agresiva”.
Yo estoy como alienada un montón de veces, bastante sola y sin entender una pizca del mundo. Y se me ha recalcado que no soy resiliente: “qué va a ser de ti cuando de verdad padezcas” me han dicho. Bueno, ¿por qué les importa tanto que yo no quiera dejar el dolor y no me interese trabajar en la interpretación de mis sensaciones para aceptar cosas que no deseo?