Sobrevivimos a pesar de lo que queda de nosotros

lo que queda de nosotros
Foto: JoyfulCrete/Pixabay.

La obra de teatro Lo que queda de nosotros, de Alejandro Ricaño y Sara Pinet, es una obra minimalista que versa sobre la pérdida y el duelo, sobre cómo uno debe (¿debe?) sobreponerse a los baches que contiene la vida y cómo construir herramientas para el presente y el futuro.

El argumento es sencillo: Nata abandona a su perro Toto en un parque porque no desea volver a establecer ningún vínculo afectivo con nadie. Esta decisión viene a partir de la muerte de su padre, una experiencia que le hace darse cuenta de que mientras menos relacionada esté con las personas, su partida o muerte resultará intrascendente. Toto, en abandono, es atropellado en la calle y pierde una pata; a pesar de esto (y como no entiende que ha sido abandonado) trata de volver con Nata, quien va dándose cuenta del error que cometió al haberlo echado a la calle y comienza a comprender el proceso de duelo.

Una de las frases recurrentes de la obra es como un mantra: “sobrevivimos a pesar de lo que queda de nosotros”. Es una frase que ayuda a Nata a entender que la vida continúa sin su padre; también es significativa para Toto porque aprende a existir sin su pata. Con esto la obra enseña que la vida está llena de situaciones imprevisibles que van a ejercer algún efecto en nosotros, pero que es posible salir a flote incluso con el dolor, la pérdida, los nuevos escenarios a los que somos arrojados.

________________

Te invitamos a leer: El comienzo

________________

Desde hace varios años el mantra de esta obra ha tenido mucho sentido en mí y se me ha aparecido en muchas situaciones. Suelo escribir sobre la pérdida, el fracaso y cómo las cosas nunca salen como se esperan. También recurro a metáforas, a poéticas que en su rebuscamiento buscan no explicitar la enorme inconformidad, la intrascendencia o la oscuridad. Pero estas cosas subyacen en mí desde hace tiempo y saber que existo a pesar de todo lo complicado y lo doloroso a veces no me resulta tan consolador como debería. 

Hay una frase hermosa en El verano de Albert Camus que dice: “En mitad del invierno aprendía por fin que había en mí un verano invencible”. Alguien a lo largo del internet se imaginó otras frases parecidas y las cita como si pertenecieran a este mismo texto: “Porque no importa lo duro que el mundo empuje en mi contra, dentro de mí hay algo mejor empujando de vuelta”. Me encantaría que hubieran sido de Camus porque complementarían el espíritu de Sísifo: la felicidad de estar luchando contracorriente todo el día, todos los días, de modo incansable. 

Cito a Camus y a esta hermosa obra de teatro porque siento que así he vivido varios años ya, pero sin quererlo enunciar, sin asumirlo por completo, tapándolo con distracciones y placebos (que la vida tiene tantos). La verdad es que muchas veces siento que ya no hay nada de mí que empuje de vuelta, no tengo en absoluto un verano invencible, y sin embargo estoy de acuerdo en que sigo sobreviviendo a pesar de lo que queda de mí.

Y es que esto que “queda de mí” abarca muchísimas cosas: pensamientos, materialidades, amistades, condiciones… Es inabarcable. Pongo un ejemplo de algo de lo que nunca hablo: hace dos años tuve una lesión espontánea en un ojo (cosas que suceden, dijeron los médicos), que me ha dejado con una mancha constante que se me impone en la visión como parte de la realidad, un desgarro en una membrana que resulta en una sombra. Y así he vivido, con lo que queda de ese ojo, con lo que queda de mí. Y eso que sucedió es el claro ejemplo, para no dar demasiadas vueltas, de cómo se sobrevive con mañas y parches con lo que todavía tenemos en pie. 

Lo que queda de mí está también presente a partir de las carencias de las personas que han muerto (me revientan términos como: “se adelantaron en el camino”). Me he quedado sola y ni modo, aquí sigo. Continúo por acá con el ímpetu reducido, con el cansancio (físico, mental, emocional), la desesperación de que diario algo sale mal, de que me toca resolver y seguir aprendiendo a la mala, además de las veinte cosas que no funcionan como deberían. 

Continúo levantándome diario a las seis de la mañana con un dolor en los pies desde hace algunos meses, con las rodillas que se me hicieron chicle en la bajada a la cascada de Basaseachi. Continúo así, y nada me representa más que aceptar que no hay de otra más que seguir existiendo a pesar de lo que queda de nosotros.  

Algunas mañanas es más complicado. Ojalá fueran menos los días en que pienso en cuerdas con barandales; en abrigos con piedras; en cómo se consiguen los barbitúricos. Pero acá sigo. Insisto. A pesar de… 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *