No suelo escribir felicitaciones de cumpleaños por Facebook, aunque Facebook me insista y me ponga todo muy fácil para que yo lo haga. En realidad, a muy pocos verdaderos amigos bastante cercanos les escribo o llamo para felicitarlos. Sé que en afán de promover los afectos (o más bien, para hacer girar el algoritmo), Facebook nos notifica cuando son los cumpleaños de nuestros contactos agregados.
Personalmente me gusta mi cumpleaños, me gusta celebrarlo, me gusta el pastel, el regalo, la convivencia (ahora por Zoom porque es lo más seguro); una parte de mí también disfruta ver cómo mucha gente con la que nunca hablo o con la que hablo muy poco me escribe alguna cosita linda en mi muro de Facebook. No podría considerar a esta gente como amiga en el sentido estricto de la palabra, pero me gusta saber que le nace dejarme un mensaje bonito, cuando podría no hacerlo. Aunque yo misma no lo haga con nadie, me hace sentir bien que alguien, aunque lejano, lo haga conmigo.
Hace unos días me di cuenta de lo peligroso que puede llegar a ser escribir esos mensajes inocentes de afecto, esas felicitaciones de cumpleaños que surgen de la buena voluntad, pero que aparecen una vez al año con muy poco conocimiento de la gente a la que se mandan. En muchos casos sólo son mensajitos que vuelven con casi las mismas palabras sólo en los cumpleaños, casi porque Facebook lo pone ahí.
En algún momento de este mes, no lo recuerdo con exactitud, estaba revisando mis recuerdos de Facebook. En 2017 subí un video con una entrevista que me hicieron por algo de poesía, y me dio por ir a leer los comentarios. Estaba en eso cuando me topé con uno, un chiste que me hizo reír y que ya había olvidado. Lo puso uno de estos tantos conocidos que tengo agregados (eso sí, trato de tener gente que conozca, aunque no pueda decir que es mi amiga), un muchacho con el que trabajé en un centro cultural por ahí de 2014. Como no es de esas personas que el mugroso algoritmo me muestre seguido, me metí a su perfil a ver qué había de nuevo, de él supe que, después de que nos corrieron a todos del centro cultural, estuvo trabajando en radio, incluso me ayudó a gestionar una entrevista para la editorial que publicó uno de mis libros; pero hacía mucho que le había perdido la pista.
Al entrar a su perfil lo primero con lo me topé fue con un par de publicaciones en las que se mencionaba que el muchacho en cuestión había muerto a principios de marzo. No lo podía creer. No hice nada más que tratarme de deshacer el nudo que se me hizo por la impresión. Murió por Covid-19, al parecer, pero en realidad daba lo mismo.
Pasaron unos días, si acaso una semana, cuando por la mañana Facebook me avisó de su cumpleaños; estuve casi todo el día pensando en él, a ratos; a la mañana siguiente entré a su perfil: hubiera cumplido un año menos que yo. Sin embargo, lo que pasó después fue lo más impresionante. Repasando su muro me sorprendió la gran cantidad de felicitaciones de cumpleaños que estaban ahí. ¿Qué demonios?, pensé. ¿Cómo es posible que toda esta gente no sepa que murió hace unas semanas? Si hubieran buscado un poco hubiera sido muy fácil enterarse. Claro, es tan poco frecuente el contacto que no están enterados de las cosas.
Al lado de estas felicitaciones también había palabras dirigidas a él, pensando que ahora habitaba un plano existencial post mortem (el cielo, un lugar mejor, etc.), cosa que también me parece terrible, porque no le veo el caso a escribir en una red social un mensaje para un muerto, pero al menos ellos estaban enterados de la realidad. Seguí bajando por su muro, y aparecían más y más mensajes, muchos en los que consideraban que aún estaba vivo y le deseaban cosas bonitas, que lo pasara bien, que le mandaban abrazos, que disfrutara su día, que comiera un pastel, que le mandaban saludos a su familia, que lo querían mucho. Eran demasiados.
Sé bien que el Facebook puede ser muy impersonal, pero creo que al menos si uno va a escribir una felicitación de cumpleaños, por más feo que eso suene, puede corroborar que la persona sigue viva, más en estos tiempos espantosos en que se ha muerto tantísima gente. Esto me comprueba que aparecer una vez al año a felicitar, más que un gesto cordial, en muchos casos es una tremenda falta de tacto. Y me lleva a pensar, en realidad, ¿qué tanto sabemos de las personas que tenemos agregadas como amigos? ¿Qué tan correcta puede ser nuestra felicitación cuando aparecemos una vez al año y no sabemos nada de su existencia?
A raíz de esta impresión me pregunté si no habría una manera de anunciar, en cuanto entrara uno al perfil, que esa persona ya murió. Y aquí el tip para el futuro. Todos, en vida, podemos habilitar en la configuración un contacto de legado, es decir, un amigo que se encargará de hacer nuestra cuenta “conmemorativa” o eliminarla. El contacto de legado puede hacer una publicación fijada en el perfil (compartir un último mensaje, informar del funeral, por ejemplo), actualizar la foto del perfil y la de portada, descargar (si se ha contemplado en la configuración previa) una copia de lo que el usuario había compartido en Facebook y solicitar la eliminación de la cuenta.
¿Cómo avisar a Facebook que es momento de que entre en acción el contacto de legado? Se puede encontrar la opción en el menú de ayuda si se busca “persona fallecida”. Hay que llenar un formulario sencillo y adjuntar un acta de defunción o algún otro documento legal que pruebe la muerte de la persona.
Es muy triste vivir en los tiempos presentes y hallar decesos de esta manera, pero más triste es ser impertinentes y escribir cosas fuera de lugar que demuestran el poco vínculo con las personas. Yo ya tengo mi cuenta con su contacto de legado y confío en que este proceso se hará en cuanto sea el momento. Igualmente seguiré apegada a mi política de no felicitar por cumpleaños en Facebook.