Hace unos días le comenté a alguien que al escribir expresaba lo que mi boca callaba. Quienes me conocen, saben que muchas veces soy una colección de silencios, que tardo en abrir el cofre de mi confianza para dejar que las palabras fluyan; por eso escribo, para darle vida a mi falta de voz y evitar que todo aquello que guardo explote dentro de mí.
Sin embargo, en los últimos años dije una y otra vez que no escribía por falta de tiempo. Esa excusa se convirtió en mi refugio, en uno que evitaba que mirara el verdadero problema: la falta de disciplina y un olvido que me ha llevado a encarcelar el lápiz que tengo en la cabeza y que, antes, me llevaba a escribir sobre cualquier cosa, en casi cualquier sitio y casi a cualquier hora.
Entre las responsabilidades de crecer, fui abandonando una de las prácticas que más me llenaban: escribir. Por momentos, mi cabeza recobraba la memoria e intentaba retomarlo, pero bastaban unos instantes para abandonarlo. Me abrumaba y eso era el inicio de mi huida.
Quizá por eso me refugié en leer a los otros, en mirar lo que otras y otros querían contar. Quizá por eso disfrutaba de revisar textos de otras personas. Cuando emprendía esa tarea, sentía que esa persona me contaba una experiencia de su vida o algún aprendizaje con el que se topó y que le pareció digno de materializarse –e inmortalizarse- en papel, en un documento de Word, o en una página de internet.
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Pero había algo que me llamaba a imitar su acción, a escribir otra vez, como antes, como cuando cualquier momento de la vida se prestaba para rayonear una hoja, o teclear algunas palabras en Word o en los blogs que todavía deambulan por ahí. Por eso me sentía derrotado cuando dos o tres líneas después, abandonaba la tarea. Me preguntaba si aquello que antes me gustaba tanto, ahora me desagradaba o si sencillamente no tenía vocación para ello.
Hallé la respuesta hace unas horas. Al abrir la puerta, descubrí un silencio que tomó mi alma. Quizás no era para tanto, pero la víspera de mi cumpleaños me pone sensible. Suelo sumergirme en una suerte de pozo donde miro lo que he y no he realizado.
Entonces miré que le había fallado a mi libreta, a esa vieja amiga que en otros tiempos me recibía gustosa, aunque tuviera un hoyo en el centro de mi pecho. Hoy quiero reencontrarme, porque no hay mejor manera de enfrentar los miedos, retos e incertidumbre, que haciendo lo que uno quiere. Y lo que quiero es simple, escribir.
Así que, bienvenidos a mi libreta.