Anatomía del Godínez (La posibilidad de los viajes)

Cuando el locutor de radio Javier Aceves decidió utilizar el apellido Godínez para nombrar al oficinista promedio de la Ciudad de México, difícilmente consideró que aquel adjetivo tendría los alcances y ecos que mantiene en la actualidad.

Cuando el locutor de radio Javier Aceves decidió utilizar el apellido Godínez para nombrar al oficinista promedio de la Ciudad de México, difícilmente consideró que aquel adjetivo tendría los alcances y ecos que mantiene en la actualidad.

Con esa simple palabra Aceves creó un símbolo de identidad y una mitología con la cual son capaces de identificarse el grueso de los trabajadores de la Ciudad de México; al mismo tiempo que la conceptualización y definición del Godínez revela varios rasgos latentes en nuestra sociedad, donde se refleja cómo la satirización de los mexicanos respecto a nuestro entorno está por encima de nuestra vocación de reflexión, participación o cambio.

¿Quiénes son los Godínez?

Por Godínez se puede denominar a cualquier persona, hombre o mujer, que laboré en horarios de oficina en la Ciudad de México. De esta forma, delimitar a un Godínez en términos concretos puede ser una tarea ambigua, más existen ciertos parámetros que pueden acercarse a su perfil.

Así podemos decir que el Godínez es aquella persona que pertenece a la clase media, es decir, al grueso de la población que, a través de su trabajo y pago de impuestos, es el principal soporte de la economía nacional. En ese sentido, el Godínez es aquel ciudadano que pudo gozar de una educación media o superior, ya sea pública o privada, que es el pase mínimo para laborar en instituciones burocráticas, gubernamentales, empresas trasnacionales o consorcios financieros.

Ante esto, el Godínez es el primero que reconoce todas las carencias y limitantes del transporte, que en épocas recientes ha sido definida como la ciudad más dolorosa del mundo para transportarse. Vive a diario los embotellamientos y fallas de infraestructura que presentan, a todas horas, las vialidades, rutas de colectivo o líneas del metro.

Por otra parte, es importante destacar que los Godínez, por código burocrático, ostentan una vestimenta que los hace ubicables en cualquier punto de la ciudad: traje y corbata para los hombres, traje de sastre o vestido para las damas. En algunas ocasiones, el viernes puede ser el día para relajar los protocolos de la ropa, mas en esas jornadas se exige seriedad a los residentes de las oficinas, un estilo casual que no pierda la mesura y cordura que su posición les exige.

Inevitablemente nos acercamos al punto central del Godínez: su trabajo y horario, el cual puede oscilar de las ocho a las catorce horas. En lo que se devela que para un trabajador de oficina de la Ciudad de México los horarios son un esquema ambiguo, pues nunca se cumplen al término de la jornada, ya que pueden extenderse por varias horas que, cabe destacar, casi nunca son pagadas. Este hecho contrasta con la noción de puntualidad que exigen las empresas: un retraso de más de veinte minutos al espacio laboral puede culminar en un doloroso descuento de sueldo.

Bajo esta consigna se señala que el sueldo del Godínez muchas veces es insuficiente para cubrir los gastos que se requieren, a pesar que el sueldo entra en los parámetros de los trabajos bien pagados. Con certeza, aquella cifra durará sin causar molestias unos diez días, después, el dinero empezará a esfumarse de forma desconcertante, hasta que se añoré la próxima quincena.

Un punto de interés frente a este argumento sería ¿En dónde se esfuma todo el efectivo producto del trabajo del Godínez? La respuesta señalaría a la ropa que debe adquirir para laborar, a los gastos en transporte que debe hacer, a la comida que se ve obligado a comprar, a la renta de un inmueble que debe pagar y a los lugares de esparcimiento que están delimitados en su campo social. Por lo que se puede deducir que al final, si el sueldo de un Godínez está calificado como digno, la mayor de las veces éste desaparece sin dejar rastro alguno.

El orgullo Godínez

Las descripciones anteriores pueden presentar un entorno en el que ser un Godínez más que un acto idílico parece una emoción extrema. No obstante, este fenómeno puede asociarse a los ritmos acelerados de vida que detentan las grandes urbes, como el que representa la caótica y paranoica Ciudad de México.

Bajo esta perspectiva se puede argumentar que las macro ciudades requieren de una gran cantidad de capital humano para mantenerse en pie y conservar un ritmo de crecimiento que es asociado principalmente al sector de los servicios. Mas el entorno de vida de la capital revela serias carencias para proporcionar esquemas de vida dignos a sus habitantes.

Esto se refleja en las opciones de movilidad para sus trabajadores, los cuales deben perder una considerable cantidad de horas libres para transportarse de su lugar de trabajo al hogar y viceversa. De ellos se exige un compromiso total para la corporación o institución de la que son parte, que, con certeza, pocas veces se ve retribuido con el sueldo que los Godínez reciben, que está fuertemente asociado a los míseros tabuladores de salario que detenta el país.

En ese sentido, el trabajador de oficina de la Ciudad de México se define como un ente que está envuelto en una dinámica de trabajo-hogar, que pocas veces le ofrece espacios de bienestar. Así, las opciones de descanso u ocio muchas veces se escapan y normalmente se vinculan a vacaciones semestrales, anuales o días de asueto, lo que representa un daño severo para los niveles de bienestar del Godínez.

Asimismo, este escenario revela otra condición crítica de nuestro país: poseer una educación universitaria no está asociado a niveles altos de ingreso. Noción que puede ser abrumadora y se vincula al hecho que son precisamente los oficinistas quienes detentan un salario de nivel medio, que para mantener un nivel de vida en múltiples ocasiones es insuficiente, y que pone en entredicho la pregunta ¿cómo se las arreglan aquellas personas que no forman parte del campo de los Godínez para sobrevivir?

Desde esta perspectiva, lo que más resalta de este análisis es que la totalidad de los habitantes de la ciudad asuman estos escenarios como condiciones naturales de la vida. Como si el hecho de tener que desperdiciar de tres a cinco horas del día en transporte fuera algo normal, o que el poseer un grado en educación se vea materializado en trabajos de horarios extensos que no son bien pagados.

La dinámica del trabajo de los oficinistas se devela así como una empresa ardua y de nulo bienestar. Contexto en el que los Godínez han creado una mitología de vida en torno a este sistema. Como si los niveles de satisfacción laboral de Europa, o incluso de varios países de América Latina, fueran algo inaccesible para los mexicanos.

En este contexto, a pesar que se pueda argumentar que, en efecto, los Godínez son quienes mantienen funcionando esa maquinaria que es la Ciudad de México, al final cabría una reflexión: el trabajo que ellos realizan por esta urbe está infravalorado respecto a los ingresos y calidad de vida que reciben, aspecto que muchas veces escapa de sus ojos y que es vedado por la satirización de su ritmo de vida.

Por otra parte, un aspecto interesante para el estudio de la antropología del mexicano sería la relación que éste tiene con el trabajo. Si bien escritores como Paz, Vasconcelos, Usigli o Portilla, han estudiado aspectos de nuestra identidad como la relación que ostentan los mexicanos con la muerte, la fiesta, la hipocresía, el relajo o la cultura, pocos se han centrado en la relación que éste mantiene con el trabajo y cómo se desempeña al interior de esta actividad.

Así, sale a la luz la pregunta: ¿el mexicano es un trabajador perezoso o esa es una imagen social que contrasta con la realidad de vida de los habitantes de este país?

Ante esto, puedo decir que más de un Godínez estaría dispuesto a contradecir esa acepción.

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