Soy una editora en formación, así que por ahora soy como los bebés que comienzan a interactuar con el lenguaje: todo lo aprenden. Me siento orgullosa de estarme curtiendo en este oficio que también considero un arte, pues se trata de una labor casi filológica y hermenéutica.
En alguna entrevista me preguntaron qué es lo más difícil de este oficio y no supe qué responder al instante, pero después de reflexionarlo un par de semanas, no me cabe duda de cuál es la parte más engorrosa de esta bonita manera de ganarse la vida.
Uno puede interpretar qué quiso decir el autor, esforzarse buscando las palabras que se adecuen mejor a sus necesidades comunicativas, proponer ideas, hacer revisiones orto-tipográficas, disponer cuadros, gráficas e ilustraciones de la mejor manera, ser muchas personas a la vez, y una larga lista de etcéteras, pero la puerca tuerce el rabo cuando llega el momento de tratar con los autores, porque claro, cual padres orgullosos, están seguros de que su obra es perfecta tal como ellos la confeccionaron y ¿por qué alguien habría de modificarle algo?
Lee: Los ex, una realidad alterna.
Es todo un tema, sin embargo, de eso va precisamente el oficio del editor, quien debe tener la capacidad y los conocimientos, pero también la intuición necesaria para saber qué partes de ese cuerpo, futuro libro, se pueden trastocar y cuáles merecen permanecer intactas. De eso va el oficio del editor, de respetar, siempre respetar, tanto los criterios con que se forma una obra como del mismo texto ajeno al que se enfrenta.
Pero, ¿qué pasa cuando el autor no respeta el oficio del editor, que en innumerables ocasiones desempeña también el papel de corrector de estilo? Como toda relación en la que el respeto sobra, está destinada al fracaso, sin embargo, sucede lo mismo que en aquellos matrimonios que permanecen juntos por los hijos, en este caso por los hijos-libros.
Eso me sucedió, cuando en medio de correcciones. -presión por los tiempos de entrega, cotejos y reclamos por parte de los autores, quienes pedían que se respetaran los textos originales-, recibí un correo de ellos mismos, quienes me enviaron la presentación del libro en un correo (ni siquiera en un Word) y me dejaron una hermosa nota:
Valga decir que se trataba de un libro de texto para secundaria y que recibí el correo a las dos y cuarto de la tarde, por lo que asumo que mientras yo me enfrentaba a un cierre de edición, a plena luz del sol, mi autora se disponía a ser poseída por Morfeo.
No cabe duda, esto no es obra de Bretón… pero de estas anécdotas hay más, así que pronto volveré con alguna de ellas.