Por cuestiones de trabajo me enteré de la creación de la Sociedad de Amigos de David Huerta (SADH). Es una sociedad dedicada a aumentar el número de amigos y lectores del poeta y de promover el conocimiento y disfrute de su obra; también incluyen dentro de sus objetivos hacer una publicación anual: Cuaderno de Octubre, mes en el que saldría el primer número, que también es el mes de nacimiento y de partida de David Huerta.
La sociedad mandó un correo y el mío estaba entre los destinatarios. En el correo invitaba a que amigos y lectores se suscribieran a la publicación mensual de dicho Cuaderno de Octubre; también invitaban a participar con textos breves, con el motivo de conmemorar, a partir de ciertas fórmulas: “David Huerta fue”, “Conocí a David Huerta”, “Recuerdo a/de David Huerta” al poeta que murió el 2022.
Me parece que es una cosa muy bonita y en algún punto pensé en enviar mi colaboración, pero luego me arrepentí por insulsa e intrascendente, por fuera de lugar. ¿Qué voy a decir yo que apenas lo conocí? Porque sí, lo conocí, pero esto no me hace sentir con los argumentos suficientes para que mi testimonio fuera mínimamente interesante y digno de aparecer en Cuaderno de Octubre; no me sentía cómoda al intentar una composición que lejos de una conmemoración honesta pareciera una manera de figurar, como suele pasar muchas veces en el mundo literario, un afán de aportar y demostrar que se tiene cierto conocimiento, cierta amistad. Entonces me decidí por escribirlo aquí.
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Y la realidad es que sí tengo algo que decir, algo que no va a impactar a nadie pero que resultó significativo en mi vida. Para mí David Huerta es uno de los más grandes poetas, arrasador, increíble (deprimente también porque cuando leí su Incurable supe que mis versos estaban para la basura). Pero además de eso que se puede hallar en todas las revistas, textos académicos, reseñas, cuartas de forros, para mí, David Huerta fe una de las personas más cálidas, humanas, generosas y consideradas que he conocido.
La vida me ha puesto en el camino de conocer, desde hace ya varios años, a diferentes personalidades del mundo literario. Nadie se compara con David Huerta, si acaso sólo Verónica Murguía, su esposa, y Coral Bracho, que también está en un nivel de humildad y generosidad que sobresale entre todos. David fomentaba el diálogo y la cercanía, era considerado con toda persona que, aunque fuese mínimamente, le ayudaba, valoraba la amistad y el intercambio de ideas, tomaba en cuenta a la gente porque era gente, nada más. Un día fue a la oficina a escanear algunas páginas de unos libros. Le pidió ayuda a la muchacha que nos ayuda con la limpieza, platicó con ella, le contó en lo que estaba trabajando, le agradeció muchísimo que le haya ayudado a abrir el libro para que pudiera escanear bien, le preguntó su nombre y le dijo que iba a incluirla en los agradecimientos. Nunca olvidó su nombre.
David murió el 3 de octubre de 2022. En septiembre de ese año, el día 17, hubo un evento en el que se le veía algo débil, pero con el ímpetu intacto y el entusiasmo a tope pues así se ponía cuando hablaba de poesía. Un par de días antes me llamó para decirme que ya tenía listo el texto que quería que se repartiera en un evento que habría en el CCH, a pesar de estar algo enfermo no había pedido que se cancelara su participación, al contrario, estaba emocionado por ir a conversar con los muchachos y por llevarles poemas.
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Recuerdo de David Huerta su espíritu juguetón, su alegría por la vida, y su generosidad. A pesar del brevísimo tiempo en que conviví con él me dejó una huella que no han dejado otras personas con las que he convivido íntimamente. Me enseñó una cosa bien importante: que la poesía no salva, sino que acompaña; entender eso me ayudó a ver la poesía misma de otra manera.
Estos meses han sido oscuros por diferentes causas. Yo sobrevivo con máscaras y se me ve feliz, pero los que me conocen saben que la oscuridad me habita. Las muertes cercanas me han llevado a pensar en la vida, y por eso, quizá, me he dado el valor de escribir de las huellas importantes. Cuando una de mis tías abuelas murió, mi mamá, sin anticipación, sin que le preguntara, se soltó a contarme muchas cosas que habían pasado y todo lo que sentía (estábamos en esa odiosa sala de funeral a la que no quiero tener que volver nunca), y entendí que necesitaba hablar, desahogarse, qué se yo. Entiendo perfectamente que mi testimonio es nada; sin embargo, algo en mí me empujó a no dejarlo pasar. Y entiendo ahora mucho mejor, con las pérdidas, que por insignificantes que sean las cosas, siguen siendo válidas en la intimidad.