En 2022 Annie Ernaux fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura. Este premios me ha ayudado a localizar autores de otras lenguas que no son tan fácilmente conocidos en México, y a leerlos. Así me sucedió en su momento con Doris Lessing y Alice Munro, más recientemente con Svetlana Aleksiévich y Louise Glück, y ahora también con Annie Ernaux.
Al salir el anuncio, se levantó un poco la polémica sobre la validez o complejidad literaria que caracterizaba la obra de Ernaux, ya que muy buena parte de ella es biográfica y por alguna razón ciertos críticos por ahí consideraron que esto le restaba importancia. Personalmente esta discusión se me hace un despropósito. Como si la literatura fuera menos literatura porque su origen es la experiencia personal. Es más, como si cualquier persona alfabetizada pudiera escribir su vida, ya que esa “facilidad” no es ningún mérito. No tiene cabida la discusión sobre la falta de aporte literario en los monumentales libros de Ernaux (breves pero fulminantes). En ellos explora tantas dimensiones y pone sobre la mesa tremendos episodios sobre lo cotidiano, de modo que nos hace cuestionarnos si esta veta en particular, la de la intimidad y el día a día no debería ser mucho más explorada y valorada.
Leí recientemente cuatro de sus libros: El acontecimiento, Pura pasión, El lugar y La vergüenza. En todos ellos se aprecia la manera en que el pueblo natal, particular y pequeño, la experiencia personal y el recuerdo de infancia o de episodios totalmente personales son, en la literatura de Annie Ernaux, protagonistas universales que pueden conectar sin ningún problema con públicos extensos y variados. Anton Chéjov hizo célebre la frase: “Si quieres ser universal habla de tu aldea”; Annie Ernaux ejecuta bastante bien esa sentencia.
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Pura pasión es un texto muy personal y con el que muchas mujeres pueden sentirse identificadas porque por más educadas e inteligentes que seamos, casi todas tendemos a enamorarnos de alguien que apenas y nos pone atención, pero por quien seríamos capaces de darlo todo. Annie Ernaux, académica, con grandes reconocimientos en su ámbito es lo que llamamos “plato de segunda mesa” y se concentra en describir con muchísimo detalle cada una de las acciones obsesivas y poco sanas que acarrea la ceguera apasionada del deseo. ¿Me resonó personalmente? Claro que sí. Cuando me enamoré de un patán de esos lo único en lo que pensaba era en él por sobre todas las cosas, estar con él y cuidar devotamente cada minuto a su lado. Annie escribe: “Estaba segura de que jamás había habido en mi vida nada más importante que tener hijos, ni aprobar oposiciones, ni viajar lejos que eso, estar en la cama con este hombre a media tarde”. Esto por un lado, y por otro, también me sucedió ese tremendo síndrome de la impostora, de tenerle una admiración absurda y al mismo tiempo creer que de ninguna manera aquello que teníamos juntos duraría porque pronto encontraría a alguien mejor que yo. Annie de nuevo: “Su puesto, sus funciones en Francia, me parecían muy relevantes, susceptibles de despertar la admiración de todas las mujeres; yo me infravaloraba en proporción inversa, al no encontrar en mí nada interesante capaz de retenerlo a mi lado.” Annie dio en el clavo, y esto es sólo una mínima muestra de lo descarnado e incluso vergonzoso de este tipo de pasión.
El acontecimiento, igualmente personal pero centrado en sentimientos evidentemente opuestos (más maduros, quizá) narra el proceso de aborto en una época en la que éste era ilegal y frente a una sociedad que ve con malos ojos a las mujeres que lo hacen. Sucede en 1963 mientras Annie estudia filología. Como nos podemos imaginar, la experiencia es espantosa y Annie la cuenta con una maestría tal que privilegia los detalles menos obvios, pero al final más importantes. Algo que me gustó mucho de este libro es que abundan las declaraciones sobre la valoración de la escritura y le reivindicación de la escritura de la intimidad como cuando afirma: “El hecho de haber vivido algo, sea lo que sea, otorga el derecho imprescindible de escribir sobre ello. No existe una verdad inferior. Y si no cuento esta experiencia hasta el final, contribuiré a oscurecer la realidad de las mujeres” o: “Ver con la imaginación o volver a ver por medio de la memoria es el patrimonio de la escritura.” Estas dos frases nos ayudan a ubicar la postura de la autora frente a la reivindicación de las experiencias y la importancia de hacer uso de ellas para sacarlas de una verdad personal o un suceso que justamente por personal careciera de valor para las demás personas.
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El lugar y La vergüenza hablan bastante sobre su niñez, su familia, su pueblo natal. Son grandes lecciones en torno a la sociedad de entonces: un padre trabajador pero que siempre tenía bronca con su mujer, al grado que una vez (esto lo narra en La vergüenza) cuando Annie tiene doce años se enoja tanto con su esposa que queda muy cerca de matarla. Cosas normales entonces, que ahora con sobrada razón nos escandalizan. Estos libros abordan el tema de la posición social de su familia, lo difícil que les resultó escalar socialmente y cómo en ocasiones no lo lograron. En particular, El lugar, tiene como punto de partida la muerte de su padre, lo que da pie a la narración sobre buena parte de su vida y sus maneras de ser y de hallarse en la sociedad.
La escritura de Annie Ernaux tiene ese bonito efecto estimulante en los lectores, que los lleva a creer que, efectivamente, vale la pena hablar de las aldeas propias, de los vericuetos y las oscuridades que nos azotan día con día. Y creo que una de las lecciones más grandes que nos deja la literatura de Annie es la confianza en los pequeños detalles, en la profunda intimidad que nos hace lo que somos y en la decisión de partir desde ahí para abrirnos la puerta a su universo particular que con su pluma se convierte en una experiencia universal.