Desde que leo, he tenido una ligera inclinación a mirar las cosas desde lo que yo llegué a llamar una “óptica literaria”. Con ello trato de resaltar lo bohemio de todas las cosas, o como retrata de manera fiel la película Días Perfectos de Win Wenders, la belleza de lo simple.
La cinta de Wenders retrata la vida diaria de Hirayama y su rutina como limpiador de baños de una empresa llamada “The Tokyo Toilet”. Paso a paso: levantarse muy temprano por la mañana, hacer la cama, cepillarse los dientes, recortarse los bigotes y rasurarse las barbas, regar las plantas, ponerse el uniforme y salir por un café a la maquina expendedora. Paso seguido, encender el auto y poner algún casete mientras recorre la ciudad de Tokyo rumbo al trabajo. Entre los artistas predilectos de Hirayama encontramos a The Animals, Patti Smith, Nina Simone y por supuesto, Lou Reed, de quien la película toma prestado el nombre gracias a su canción “Perfect Day”.
De lo anterior me surge una pregunta, ¿realmente existe la monotonía? De acuerdo con la RAE, la monotonía vendría a ser la falta de variedad en cualquier cosa, pero ahí está el verdadero detalle, nunca existe una falta de variedad en nada, lo único que existe es la falta de atención y presteza a los detalles. A pesar de que Hirayama iba todos los días al mismo café, nunca sucedía lo mismo. A pesar de que Hirayama iba a tomar el almuerzo debajo del mismo árbol, nunca sucedía lo mismo; las tomas que le ofrecía el espectáculo de la naturaleza para su cámara analógica siempre eran distintas.
Pero esta filosofía que envolvía el mundo de Hirayama la vemos claramente resumida cuando su sobrina lo visita y le pregunta si quiere ir al océano, al más allá, y él le responde “La próxima vez”. Ella le insiste en poner una fecha específica, pero él responde “La próxima vez. Ahora es ahora, la próxima vez es la próxima vez”. Esto solo refleja el desinterés de Hirayama por lo venidero y su concentración total en lo que está sucediendo justo en el momento que sucede.
¿Cuántos de nosotros no nos habremos perdido en alguna especie de limbo futuro o ciberespacial, que nos olvidamos de que “ahora es ahora”? El mundo a su vez está hecho de muchos mundos, estos a veces se conectan y a veces no, le dice Hirayama a Niko (su sobrina). Pero la realidad es mucho más compleja que eso, además del mundo que señala Hirayama, refiriéndose claramente al mundo palpable, nosotros nos hemos encargado de crear muchos mundos más, el del Instagram, el cual refleja lo que quiero ser o el del Twitter (ahora X), el cual refleja lo que pienso.
En ese punto, nos encontramos como fragmentados en el tiempo y el espacio. No vivimos el ahora pero tampoco estamos ya mentalmente en el mundo palpable, sino que nos paseamos de uno a otro, entre los tantos otros que nos hemos creado. Somos como viajeros interestelares, viajando de un universo a otro de manera constante.
Una escena que resulta realmente nostálgica es cuando debajo de un puente, bebiendo cerveza y fumando un cigarrillo, un enfermo terminal de cáncer le pregunta a Hirayama si las sombras que se superponen se vuelven más oscuras. Hirayama se extraña al oír la disyuntiva, pero en seguida la pone a prueba. Párate allá y yo me pararé acá le dice. Ambos observan las sombras para comprobar la teoría, una sombra sobre otra. Yo no la veo más oscura dice uno, espera, yo si noto una diferencia le dice el otro. Posteriormente proceden a jugar a las atrapadas con sus sombras.
Aquello me hizo sentirme como observando en esos personajes un mundo que ya no existe más, un mundo que se perdió. Es cierto lo que dice Hirayama, hay muchos mundos, unos se conectan, otros no, y otros más se pierden por la tormenta de cambios que nos arroja el “progreso”. Aún recuerdo cuando yo mismo experimentaba así con el mundo, atrapando y buscando catarinas como si las fuera a coleccionar o jugando a cabrear a las hormigas hurgando los hoyitos de sus hogares, lo cual resultaba en constantes fiebres derivado de las picaduras.
Recomiendo encarecidamente esta cinta. Es una oda a la belleza que se encuentra en lo simple, y donde se confirma que la alegría que alberga nuestro corazón no depende del nivel socioeconómico, sino de la misma simpleza que es una calle de doble sentido: A quien admira la simpleza, la simpleza lo sorprende diariamente.