Cuando leí La pasión según G.H. de Clarice Lispector me sorprendió muchísimo que en una novela de tantas páginas hubiese tan pocas acciones, y que lo más trascendental era voltear a ver una y otra vez a aquella pobre cucaracha que se había quedado atrapada entre la puerta del closet. Luego entendí que el verdadero genio de Lispector recaía en la escritura de esas grietas que se hacen en lo que tenemos más adentro, en la manera de presentar la reflexión y en lo apabullante que puede llegar a ser lo simple y lo cotidiano.
Al leer La encomienda de Margarita García Robayo me topé con un tipo de literatura así: intimista pero muy reflexiva de las frustraciones humanas, con muy pocos acontecimientos, pero los suficientes como para detonar conflictos insospechados, una literatura que engancha no porque sucedan muchas cosas sino porque cada una es lo suficientemente intensa. Margarita García Robayo es muy buena para crear tensiones a partir de lo personal y convertirlo en universal, a veces incluso en político. Esto ya lo había demostrado en otros libros como Primera persona (ensayos muy personales presentados como crónicas literarias o como relatos) o Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza (una colección de cuentos). Es especialista en tomar como punto de partida alguna situación ordinaria del día a día para abrir surcos hacia esos problemas soterrados y silenciados que todas las personas traemos a cuestas.
La protagonista de La encomienda es una escritora medio frustrada que supuestamente está trabajando en un proyecto para una beca de creación literaria, que también trabaja en una revista que no le gusta mucho haciendo reportajes un poco bobos y lejos de su interés (como uno sobre vacas), y que tiene una vida bastante ordinaria en la que suceden cosas comunes, una de ellas y la que le da título al libro es el hecho de que su hermana le envía cada cierto tiempo una canasta con comida (una encomienda) que, como viene desde quién sabe qué parte de la ciudad y hace un calor endiablado llega en pésimas condiciones.
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A lo largo de la novela suceden algunas cosas muy simples y en apariencia intrascendentes que, por la manera en que ella actúa, se tornan sumamente interesantes. Un día, de la nada, su madre llega a visitarla, y este hecho la saca tanto de balance que no sabe cómo actuar al respecto; es perfectamente incapaz de tener una plática casual y divertida con ella, incluso no sabe cómo anunciarle a su pareja que su mamá está ahí de visita en su departamento. Así, pues, algo tan cotidiano como la presencia de su madre es tan abrumador que le impide seguir cumpliendo con tareas sencillas del día a día.
Un rasgo que me pareció interesante es que dentro de las cosas tan comunes que le suceden existe también un dejo de absurdidad, de que en cada acción hay un potencial de ridículo y de complicación (y esto del absurdo a mí la verdad me fascina). Con esta posibilidad abierta la autora gusta de hurgar en todos esos detalles que contribuirían a hacer que algo sencillo se torne en una pesadilla. Por ejemplo, hay una gata callejera que comienza a llevarle palomas muertas; a la protagonista le da un poco igual, pero cuando nota que la gata lleva una paloma al departamento de unos vecinos ella siente la necesidad de ir a sacar aquello de ahí, lo que provoca que los vecinos piensen que de alguna manera lo que intenta es asaltar o violar su privacidad, y esto resulta en un rechazo colectivo de los vecinos hacia ella.
La protagonista es totalmente asocial, tiene dificultades para decir las cosas correctas en el momento indicado y suele dar apariencias contrarias sin siquiera darse cuenta. A ratos nos parece hasta un tanto antipática, pero esto es sólo porque es pésima para expresar sus emociones; es un poco grosera también, pero lo es porque la han lastimado lo suficiente como para haber desarrollado ese mecanismo de defensa. Y por supuesto, no hay modo de que nadie la entienda.
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El estilo que maneja, así como la idea de retratar aspectos de la vida diaria exacerbados hacia lo complejo y profundo es una característica de la literatura que caracteriza a Margarita García Robayo. La encomienda es un libro fácil de leer porque su narrativa es muy entretenida, pero para algunos lectores llegará la sensación de no entender hacia dónde van las cosas que están sucediendo. La autora gusta de rascar en los detalles mínimos en lo común y ordinario que tienen todos los días, y se introduce en ellos con tanta calma que puede resultar desconcertante.
En el fondo, La encomienda no es una novela sobre la comida que su hermana le envía cada tanto, sino sobre la relación incómoda con su familia, sobre la falta de comunicación y los malentendidos. No es tampoco una novela sobre la imposibilidad de una escritora para formular un proyecto de trabajo para una beca, sino sobre la frustración general de la vida adulta, y sobre el distanciamiento y la tristeza que impulsa a la protagonista a ser un elemento que no encaja con la sociedad. Es una novela en la que pasan muy pocas cosas pero en ellas hay muchísima riqueza; sin embargo, para hallarla, hay que ser pacientes, igual que en la vida.