Don Mario Vargas Llosa lo ha vuelto a hacer. Ha opinado sobre política, en específico, la elección presidencial de México de 2018.
Todos tenemos derecho a expresar nuestras opiniones, pero con Vargas Llosa hay un elemento crucial: sus comentarios, y todo lo que salga de su boca, alcanzan un eco mundial.
El premio nobel no es un galardón cualquiera y su papel de único eslabón vivo del Boom Latinoamericano, tampoco. ¿Cómo interpretar sus comentarios? He aquí unas anotaciones para entender al viejo liberal peruano.
La barrera generacional
Sin ánimos de ser chocante, Vargas Llosa pertenece a otra época. El baby boomer proviene de una generación en la que el oficio de la escritura se fundía con la efigie de intelectual y activista político comprometido.
Los maestros de Vargas Llosa en este sentido fueron dos figuras: Jean Paul Sartre y Pablo Neruda. Uno filósofo y el otro poeta.
La vertiente del existencialismo sartreriano pensaba a esa filosofía como un humanismo con compromiso político. El hombre está condenado a ser libre, es una de las frases más famosas del francés, que durante toda su vida promovió la visión de que los hombres, en un punto de ésta, deben de definir un compromiso político con la sociedad, debido a que nuestras acciones y elecciones impactaran en la vida de los demás.
Sartre coqueteó con el proyecto del mundo comunista, en específico el soviético, a tal grado que fue un gran entusiasta de lo que simbolizó la URSS en el siglo XX: el proyecto más ambicioso de la modernidad por reedificar a la sociedad y alcanzar el bienestar generalizado.
La historia impuso la desilusión. Y aunque el mismo Sarte vio con sus ojos el autoritarismo soviético de los gulag y la represión, siguió defendiendo a la URSS. Valía más para el anhelo utópico que perseguía el proyecto socialista que las pérdidas humanas. En sí, lamentaba pero aceptaba los sacrificios o daños colaterales de su autoritarismo, que para él no eran tan diferentes a los daños que ejercía en los pobres y trabajadores el capitalismo. Hecho que daño mucho su figura de filósofo y humanista.
Respecto a su otro maestro, Neruda, fue testigo de la vida de un promotor del socialismo democrático en América Latina, que se unió al proyecto del fallido Salvador Allende, e incluso, desempeñó cargos públicos durante su gobierno.
Como carta de presentación ante la entrega del nobel al chileno, el comité sueco seleccionó su libro Canto General como la principal obra del poeta. Libro que puede ser clasificado como una ejecución de poesía política, dado que a través de ella se cuenta la vida e ideales de las máximas figuras clave del continente americano.
En pleno golpe de Estado, la dictadura de Pinochet tomó desprevenido a un viejo y enfermo Neruda. El poeta murió en circunstancias sospechosas, a tal grado que se han tejido teorías, destinadas a nunca tener resolución, de que el mismo Pinochet ordenó su muerte.
En pocas palabras Neruda encarnó la visión del intelectual que había promovido el existencialismo de Sartre y lo llevó hasta sus últimas consecuencias. Vargas Llosa se ve a sí mismo como uno de los últimos representantes de este papel social como intelectual.
El Nobel y la política
El siglo XX estuvo llenó de premios Nobel cargados de simbolismo político. Al caso de Neruda y Sartre –aunque lo rechazó-, ambos ganadores de esta distinción, se suman decenas de otros autores. Boris Pasternak y Aleksandr Solzhenitsyn, ambos soviéticos y que condenaron el autoritarismo de su país. También podemos señalar más cercano al fin del siglo pasado al chino Gao Xingjian, ¿qué tienen en común estos tres autores? En sus obras denotan la supresión de libertades del mundo comunista.
Si buscamos más, encontraremos otra serie de nobel más interesantes en sus vínculos con la política. Esta el incómodo Knut Hamsun, que recibió el premio en 1920, y en la invasión Nazi a su país, Noruega, durante la Segunda Guerra Mundial, mostró simpatías con los fascistas. Orhan Pamuk, que públicamente se mostró en contra de la existencia del genocidio armenio y fue lapidado por la opinión pública internacional. Mo Yan, el escritor chino formado en el ejército, y hombre de paja –según la crítica despectiva de Shalman Rushdie- de su gobierno.
Incluso, hay un nobel concedido a un político completo y uno de los máximos líderes del siglo XX: Winston Churchill, que se le otorgó por su labor de historiador de la defensa de Europa ante el fascismo, en sus memorias, y por los discursos políticos que redactó. Sin embargo, con seguridad, es uno de los nobel menos leído.
Si bien el Nobel ha plasmado los nombres de unos cuantos autores como los máximos pesos pesados de las letras mundiales, la verdad es que si buscamos, notaremos que sabemos muy poco de muchos y sus orientaciones políticas. ¿Sabemos algo de la tendencia política de Sully Prudhomme, Paul von Heyse, Grazia Deledda o Eugene O’Neill? Pregunta más terrible: ¿hemos leído algo de ellos, ubicamos alguno de sus libros?
El paso del tiempo revela algo tangible: la dualidad Nobel y política poco importan para la historia. Al final sobrevive más la obra literaria y sus méritos, que las afinidades y opiniones emitidas por el autor.
Un caso que puede resumir este argumento: el libro de Neruda más leído hasta nuestros días es el bello y perfecto Residencia en la Tierra y no Canto General.
¿Es Vargas Llosa ajeno a la política?
La respuesta clara es no. Desde su existencialismo de izquierda de juventud, hasta su liberalismo de derecha de nuestros días, el peruano siempre ha sido cercano a la política.
Muchas de sus obras, y grandes novelas, tratan el tema de la libertad, la lucha frente al autoritarismo y la corrupción de los individuos, por citar algunos casos: La Ciudad y los Perros, Conversación en la Catedral, La Guerra del fin del Mundo y La Fiesta del Chivo. Al hablar de estos temas, sus novelas son literatura de temas políticos. A la par de geniales artificios literarios que muchos disfrutamos.
Por otra parte, el mismo Vargas Llosa intentó ser presidente de su país. Y compitió contra Alberto Fujimori, quien fue electo presidente, y hoy en día es uno de los peores mandatarios de la historia reciente de América Latina.
La experiencia de su campaña política Vargas Llosa la plasmó en un libro: El Pez en el Agua, obra que muestra un plan ambicioso y bien estructurado programa de gobierno que edificó el nobel peruano en su mente, pero que no se materializó jamás.
El intentó de Vargas Llosa por ser presidente de su país refleja que intentó llevar sus ideales sarterianos hasta sus últimas consecuencias, aun cuando había renunciado al socialismo y había dado su viraje a la derecha. Intentó ser un segundo Neruda, e incluso, trato de hacer más fuerte su compromiso político y huella en la historia que su maestro chileno.
Sin embargo, no llegar a ser presidente de su país fue una de las mejores cosas que pudo haberle pasado. ¿Cómo habría encarnado el Vargas Llosa de la vida real los conflictos de libertad, manejo de la autoridad y corrupción que el impuso a sus personajes en sus ficciones? Es algo que nunca sabremos, y de haberlo presenciado, es seguro que nunca hubiera ganado el Nobel.
Asentir, discernir, y con seguridad, olvidar
Lo expresado por Vargas Llosa sobre Andrés Manuel López Obrador, uno de los candidatos a la presidencia de México, nos da dos escenarios: asentir y discernir.
Estamos de acuerdo o reprobamos lo que dijo. Quienes odian al personaje que señaló y no desean que se convierta en el presidente de México, ven en él una conciencia crítica que todos deben oír. Quienes apoyan al mismo individuo, piensan que no es correcto que una figura intelectual de tanta importancia para el mundo, hable tan a la ligera.
Demos un viraje al pasado: ¿qué opinan los que hoy reprueban el comentario del escritor de su comentario de hace unas décadas sobre definir al PRI como “la dictadura perfecta”? ¿Qué opinan sobre ese mismo comentario los que hoy celebran lo que dijo? Estas interrogantes nos llevaran a la conclusión de que hay opiniones que apoyamos, y otras que no, del autor de Pantaleón y las Visitadoras.
Con seguridad, en unos días, la opinión de Vargas Llosa será olvidada. Y en el porvenir, cada vez será menos importante indagar sobre su orientación e ideales políticos.
No obstante, es probable que sus libros se seguirán leyendo, y que los que hemos leído y disfrutado de él, no dejen de gustarnos. No lo tomé a mal lector, pero en pocos días, todo este debate que nos atiende hoy, no le importará a nadie.