Un imponente guardián, con astas en la cabeza que muestran el linaje de su sangre, mira permanentemente al oeste para resguardar el jardín que le rinde tributo a su raza. Vigila a quien entra a las entrañas del Parque de los Venados, en su mayoría son familias, globeros y parejas de novios que acuden ahí cada fin de semana.
Sin embargo, el sábado 17 fue diferente. Algo alteró por completo la cotidianidad del lugar. El sonido de guitarras y bajos, acompañado de saltos en barras, giros sobre rampas y varios intentos de 180 BunnyHop, realizados en bicicletas que bien podrían ser para niños, son parte del espectáculo que fusiona el deporte, la música y la cultura. El Nirvana Festival había empezado.
En su segunda edición, el festival mantuvo su esencia, su juventud, su espíritu, y volvió a ser una ventana importante para que nuevos talentos tengan un espacio para mostrar la pasión que los mueve, que los impulsa, que los envuelve.
Eso enseñaron en el escenario las 14 bandas que pisaron el Teatro Popular Hermanos Soler; ellos dejaron de lado las distancias largas, borraron fronteras entre delegaciones, estados, incluso países, para hermanar a la gente que se interesa en los chavos y que cree en sus propuestas, incluso sin conocerlas.
Lo mismo fue con los de bmx, quienes eran aplaudidos sin importar las caídas. Y así, el apoyo se esparcía como virus hacia las expresiones de danza y parkour presentes, que daban un color diferente al ambiente familiar que ahí se desarrolló; sin alcohol, ni drogas, sólo lo mejor de ellos, los marginados, los que no tienen los medios para que su voz sea escuchada, pero que tienen garra para seguir en la lucha.
El baile y los aplausos se los guardan sus colaboradores, que no se reduce a un número en específico, porque el motor es de todos. Esa maquinaria cuyo botón de inicio se encendió en Tláhuac con un propósito y que, ahora, ya no lo apaga nadie, porque hasta en eso, el Nirvana es innovador, al ser organizado con y para chavos.
La satisfacción de pertenecer a tan noble proyecto es imborrable. El Tecolote vuela por los mismos campos vírgenes de oportunidades que traza el Nirvana y nos da aliento para seguir en el sendero de lo alternativo, lo nuestro, lo de ellos, lo de todos.
Nos veremos hasta el otro año, Nirvana Festival, para compartir la esperanza de hacer nuestra vereda un camino más justo, felices de ir hombro con hombro para mantenernos diferentes hasta que el tiempo nos alcance.