Llevo asistiendo a la Fil Guadalajara desde 2014 (con interrupción en 2020 y 2021 por el panorama COVID-19 del mundo). Siempre he ido por cuestiones laborales, y siempre la experiencia ha resultado súper enriquecedora.
La feria cumple 37 años este 2023 (casi tenemos la misma edad). No sé en qué momento esta feria se convirtió en ese enorme despliegue de actividades, conciertos, escritores, pensadores y artistas internacionales. En qué momento creció tanto que ocupa salas inmensas con stands espectaculares y grandes (el de Random House es del tamaño de una librería independiente de la Condesa, por ejemplo). Es una feria monumental con un pabellón internacional en el que se encuentran joyas increíbles, y ni qué decir de los homenajes, premios, foros para libreros y bibliotecarios, ciclos de variadísimos temas, actividades infantiles, eventos para profesionales del libro, la edición, la difusión, la promoción de la lectura, entre un largo etcétera.
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La feria es una fiesta, pero es una fiesta cara. Y buena parte de la inversión para que suceda sale de los bolsillos de las editoriales. No es la feria más cara por metro cuadrado, y no voy a clavarme en cifras y porcentajes porque no se me da, pero sí diré rápidamente que la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería supera el costo por metro cuadrado y que la Feria Internacional del Libro de Monterrey cuesta más o menos lo mismo que la de Guadalajara. Pero Guadalajara resulta mucho más cara por la necesidad de tener un stand grande o correr el riesgo de pasar desapercibido. Y ahí al sumarle metros y metros se nota fuertemente el gasto.
Varias ferias estatales cuentan con un presupuesto destinado a pagar los viáticos de los autores (pagan sus vuelos, comidas, noches de hotel). La Feria Internacional de la Lectura Yucatán, por ejemplo, funciona de esta manera. Cobran el stand a las editoriales, pero apoyan con los traslados y no hay cuotas por uso de salones para presentaciones. Muchas otras ferias operan bajo este esquema. Mencionaré un par de ellas (que al igual que la de Guadalajara tienen su origen en las universidades): la Feria Internacional del Libro Universitario que organiza la Universidad de Xalapa y la UANLeer, que hace la Universidad Autónoma de Nuevo León. Son ferias que invitan a los autores y corren con sus gastos (en el caso de la UANLeer no hay costo por poner un stand). En cambio, la FIL Guadalajara no opera de esta forma. Por supuesto que tienen un presupuesto para ciertos autores a los que cubren sus gastos, pero sólo lo hacen para los eventos que la misma feria organiza. Si una editorial desea llevar a un autor, debe considerar la inversión que esto significa. Y no es barato (el uso de un salón por 50 minutos cuesta 260 dólares).
Por esto la FIL Guadalajara es, para las editoriales, la más cara que existe globalmente hablando. En mi experiencia en el mundo editorial he notado que la opinión general de los expositores es que es una feria a la que van a perder, muy pocas veces recuperan lo invertido y lograr una ganancia considerable es algo que raramente ocurre. Pero la Fil Guadalajara implica presencia en el medio, es el espacio en el que suceden muchas relaciones importantes con librerías y bibliotecas; es un espacio propicio para venta de derechos y para reunirse con gente con la cual establecer vínculos comerciales. Todo mundo está ahí. Y no es buena idea no aparecerse, aunque cueste.
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La Fil Guadalajara me genera sentimientos encontrados. Me gusta el ambiente, el entusiasmo del ajetreo, el poder generar alianzas y disfrutar de libros y actividades increíbles. Pero no dejo de pensar en el costo que implica, el desgaste, los meses de planeación y la certeza de que las pequeñas editoriales hacen lo necesario para asegurar su visita con muchísimo tiempo de anticipación, para que seguramente no vean un ingreso equiparable a tanto esfuerzo.
Y con todo, el público asistente (que en su mayoría desconoce los costos) espera encontrar descuentos, pero bueno, esa es otra historia.
¿Usted va a ir a la Fil Guadalajara? Yo voy para allá. Cuénteme.