Hace algunos días ingresé al taller de poesía de un reconocido autor en México. El evento se dio por casualidad al darle like a un tweet una tarde de enero. Si cuento este taller, es la tercera ocasión que participo en un simulacro de este tipo, en la extraña y carente situación de reunirme con un grupo de personas cada semana a conversar sobre literatura y leer un poco de lo que escribimos.
Los primeros talleres en lo que participé fueron uno de narrativa creativa y otro de poesía en La Casa del Lago de Chapultepec, cuando tenía diecinueve años. Emocionado por comentarios de escritores como Roberto Bolaño, Daniel Sada o Juan Villoro, esperaba que esa experiencia fuera reveladora, que ahí conociera a los jóvenes escritores de México o a personas afines con quienes compartiera mi amor por la literatura. Pero, de forma contradictoria, la experiencia fue distinta. El taller se me presentó como un espacio donde se había inscrito chicos que deseaban ingresar a otros cursos de La Casa del Lago y que habían terminado ahí como premio de consolación. Para todos, la literatura era un divertimento o un pasatiempo, algo que molestaba severamente al poco tolerante joven que era yo, que me tomaba la escritura como una de las cosas más serias de mi vida.
A la par de eso, me decepcionó fuertemente el clasismo de los talleristas que nos impartían las sesiones. Si bien fueron magníficos en darnos lecturas pertenecientes al “canon” de la narrativa mexicana y universal, me asombro que tuvieran tan poca perspectiva para abrirse a nuevas propuestas o visiones experimentales de la escritura.
En una ocasión, al tallerista de poesía le hablé del verso libre, la poesía en prosa y el simbolismo francés, hecho de la lírica que él denominó como “simples modas” condenadas al olvido ante el peso inquebrantable de la poesía del siglo de oro español.
Nunca he sido un poeta. Me gusta la poesía y me considero un gran lector de ella. A la usanza de Hegel, considero a la poesía como la mayor de todas las artes. Para crear algo bello y de valor humano, no se necesita de un lienzo, de un instrumento musical o de un trozo de mármol, sino de algo más simple: la palabra escrita, oral o visual.
Mi nueva experiencia en los talleres ha sido gratificante por las lecturas que nos ha implementado el tallerista. Asimismo, me gusta su visión de enseñanza y crítica a la poesía.
En pocas semanas no ha proporcionado lecturas y visiones de la poesía totalmente ajenas a la corriente principal de la poesía. Lo sorprendente de esas lecturas ha sido reconocer que no son propuestas recientes, o de hace veinte o treinta años, sino ideas que se tejieron hace más de cien años, pero al estar dentro de lo aceptado por las vacas sagradas, autoridades o instituciones de su tiempo, fueron desdeñadas y condenadas casi al olvido.
Ante eso, la poesía, y toda expresión de la literatura, tienen siempre la posibilidad de tener una nueva apreciación en el futuro. Mi tallerista es un pequeño héroe y reivindicador de propuestas que quisieron ser eclipsadas y que hoy tienen mucho que decirnos.
Además de la lectura de estos autores condenados al olvido en su tiempo, otra cosa que admiro del taller es que quien lo imparte siempre nos cuestiona primero sobre las lecturas antes de dar su punto de vista. Nos deja decir la más grande idiotez que podamos imaginar para después exponer su visión. En ese proceso nos ha presentado una serie de preguntas que me han dejado marcado, que he tratado de responder y que transcribo a continuación:
¿Qué formas puede adquirir la materialidad del lenguaje?
¿Por qué en la era del internet sigue dominando el verso escrito en la poesía contemporánea?
¿Qué amenaza en la poesía una propuesta que es marginada por el canon?
¿Qué posición tenemos ante una tradición y nuestros contemporáneos escritores?
¿Qué hace un poeta hoy en día?
Ante esas interrogantes, una de las propuestas que más ha llamado mi atención es la lectura de la poeta Ruth Wolf-Rehfeldt. Escritora de la Republica Democrática de Alemania (RDA) que cambió la materialidad del lenguaje para crear una poesía visual a través de la palabra. Wolf era una amante de su máquina de escribir y de los tipos que ésta era capaz de hacer. Así, Ruth desarrolló un vínculo íntimo con su máquina de escribir que la llevó a crear obras de arte a través de los tipos y palabras que expresaba con ese aparato, donde se pueden observar un tipo de poesía visual de belleza y perfección simétrica.
Al leer un poco sobre la vida de Wolf, me interesó saber que era una trabajadora común de oficina que a una edad madura empezó a cimentar su visión de la poesía. Tenía fe en el género de las cartas o la escritura epistolar como forma de literatura o arte, por lo que utilizó su máquina de escribir para crear una idea que muchos han llamado el arte postal.
Una vez que conoció todas las posibilidades de su máquina de escribir, Wolf empezó a crear, en una hoja de papel, sus primeros trabajos de poesía visual. La subversión de su propuesta se ve en dos terrenos: político y literario. Respecto al político, me sorprendió saber que ella gustaba de mandar sus trabajos a sus amigos, a través del correo de la RDA -régimen de carácter dictatorial que abría toda la correspondencia de la población mediante el Ministerio para la Seguridad del Estado (STASI en alemán) para revisar si no existían mensajes de contestación o que promovieran los disturbios contra el gobierno-. En más de una ocasión los agentes de la STASI se sorprendieron al ver las cartas Wolf, y muchas veces creyeron que en ellas había códigos ocultos que tejían una insurgencia política.
Para el plano de la poesía, la subversión se teje en la supremacía de la poesía en verso que ha ninguneado la propuesta de Wolf. A pesar que Alemania siempre se presenta como uno de los países más tolerantes a nivel internacional, me sorprendió saber que Wolf es considerada más una artista visual que una poeta. En pocas palabras, el canon ha negado a su propuesta, y a ella como artista, el recibir ese adjetivo.
Ser consciente de ese hecho me ha puesto a pensar en el peso de las ideologías y las tradiciones; del clasismo que impera en todas las sociedades y que dicta que sólo existe una visión concreta de cómo son las cosas. La autoridad, al final, sólo es un instrumento de poder que dicta a las personas cómo es el mundo, según la visión del mundo de un grupo de individuos que con su poder limitan el pensamiento de las personas.
Sin embargo, siempre habrá personas que encarnen la subversión, que sean capaces de ver más allá de los que dicen los guardianes de la tradición, quienes han perdido el sentido de la autocrítica y la innovación. Seres que van contra la corriente para mostrar que la materialidad del mundo, y la poesía -en el caso de Wolf-, aún puede alcanzar otros horizontes.