La islamofobia como producto sociocultural (primera parte)

El reductivismo esconde un grave problema: simplificar a una sociedad y ver a millones que profesan la fe del islam como radicales. Foto: Pixabay.

Pensemos un momento en los efectos que el orden simbólico genera en nuestra percepción del entorno, es decir, cómo las palabras transfieren una connotación a lo exterior que repercute directamente en nuestra interpretación. La lengua nos revela el objeto, pues la descripción a la que dicho objeto se puede ver sometido no se expresa de mejor manera a los demás si no es mediante el habla. De esta forma, al hablar, al escribir o al escuchar, no hacemos otra cosa más que captar ese orden simbólico que, aunque a nuestra vista parece inmutable, es sin duda una de las cosas más variables y flexibles que puede existir, pues cambia y se modifica con relación a la cultura que lo emplea.

Una idea que nos puede servir como eje articulador de esta cuestión es el amor. Es muy conocido en México un poema que se le atribuye al emperador azteca Nezahualcóyotl, y que precisamente versa sobre la idea del amor, tal poema reza así: amo el canto del tzentzontle, pájaro de cuatrocientas voces, amo el color del jade y los enervantes perfumes de las flores, pero amo más a mi hermano el hombre.

Sin duda alguna, para nosotros, este poema bien podría representar la fraternidad entre las personas, así como también los vínculos y lazos afectivos que nacen entre los sujetos de los cuales nos vemos rodeados. No obstante, debemos recordar algo central, nuestra idea del amor deviene de la connotación e interpretación que la cultura occidental le ha dado a tal afecto. Por tal motivo, una de las mayores críticas que ha recibido esa atribución del poema a Nezahualcóyotl es que en tiempos prehispánicos el concepto de “amor” para los aztecas no poseía el mismo significado que el que hoy las sociedades occidentales le atribuyen, sin embargo, como para nuestras sociedades, bañadas en las interpretaciones venidas de occidentes, funciona el concepto del amor como esa chispa enigmática que une personas; creemos que tal concepto es portador de un universalismo y que la idea y la interpretación que hoy se le da es la misma que se le daba en tiempos de la sociedad azteca; no cabe duda que esto no guarda ni la más mínima relación con la verdad.

Cabe señalar que no es que la concepción que los aztecas tenían entorno al amor era mejor o peor que la que hoy posee occidente, simplemente ambas sociedades, bajo sus respectivos órdenes simbólicos, interpretaban ese afecto desde diversas aristas. Empero, lo que representa un grave problema es el imponer o creer que nuestra perspectiva, por más general y universal que nosotros la contemplemos, es compartida por el resto de la humanidad, y aún más grave resulta el percibir a las demás sociedades en tanto el estereotipo formado desde dentro de nuestra cultura, ya que el efecto que se produce es el de un reductivismo aberrante.

Así pues, si me baso en mi sistema de creencias estructurado bajo un orden simbólico dado para comprender las dinámicas y cosmovisión del Otro, veré en cierto momento que las interpretaciones, tanto las de los unos como las de los otros, no cuadran, se contraponen y por ende se repelen. Acto seguido, cada sociedad apostará por su sistema simbólico de referencia para interpretar la realidad y, en consecuencia, tratar de imponerlo sobre los otros. Este fenómeno ya no es tan demostrable si lo analizamos desde el ejemplo que se planteó arriba sobre la sociedad azteca, no obstante, hoy día existen una multiplicidad enorme de imposiciones sociales y culturales sobre las cuales se tejen nuestra perspectiva del Otro.

Una de las mayores repercusiones negativas del proceso de globalización es la homogeneización de la cultura a escala global. No nos engañemos, la cultura que se comparte es la de las sociedades centro, y quienes la recibimos somos las periféricas, de tal suerte que quien resulta representar una amenaza para dichas sociedades centro también terminará viéndose como amenazada en las periféricas, aunque las personas circunscritas en la zona periférica no logren si quiera comprender el fondo del asunto, es decir, ¿por qué aquellos se nos presentan como agresores? ¿por qué para el mexicano representa un peligro el inmigrante centroamericano, es acaso por qué el inconsciente colectivo de la periferia adopta los problemas del centro como suyos? O ¿qué tan dañinas resultan las sociedades musulmanas en Europa? ¿De verdad el musulmán representa el peligro que los medios de comunicación difunden y que las “políticas preventivas” aparentan? Y de no ser así ¿Por qué lo ven como peligro, de donde emana este miedo al musulmán como si se tratase de un ente del cual hay que cuidarse, y cuáles son las consecuencias de esto?

El reductivismo esconde un grave problema, el simplificar a una sociedad con su cultura propia es pretender ver a mil millones de personas que profesan la fe del islam como radicales, como si todos ellos fuesen un simple sinónimo de Osama Bin Laden, es quitarles su propia humanidad al cosificarlos y ver en ellos no a la persona sino al arma letal, es caer en la barbarie de la deshumanización y no comprender que muchos actos de violencia son consecuencia tanto de la dinámica misma de la economía global capitalista-imperialista, como de la segregación propia derivada de interpretaciones sociales y culturales de supremasismo, dominación y discriminación.

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