Esta vez deseo hacer algo diferente. Deseo escribir acerca de mí y de, como se los comenté en mi escrito anterior, quién soy. Hoy no leerán acerca de mi amor hacia una persona que no sea yo.
Terminé el 2018 con el corazón roto, una mente perdida, una crisis existencial que me carcomía y, bueno, prácticamente estaba dejándome morir… Fue así como decidí arrojarme un salvavidas, porque aunque mis amigos me pasaban un tubo de metal, como cuando aprendes a nadar, lo que yo necesitaba era un enorme salvavidas y nadie más me lo iba a dar salvo yo.
Así que terminé el año buscando canciones que me hicieran no sentir demasiado, sobre todo dolor, por eso me refugiaba en el jazz que tanto me gusta, o me aferraba a la última canción que descubrí en la última semana de diciembre 2018, antes de que se agregaran más a aquella playlist de la cual en otro escrito les contaré.
Inicié el año de manera distinta pero maravillosa: en compañía de toda mi familia y mi mejor amigo llamado Ramón. Recibí el 2019 con mucho cariño de la gente que me quería y que deseaban estuviera bien; pero, sobre todo, con un gran abrazo de mi amigo –a quien de cariño le digo “bro” o “hermano”, justo cuando mi corazón terminaba de romperse por completo después de ver acciones que fueron hechas con dolo y saña por alguien de quien no quiero hablar en este escrito.
He de decir que debo agradecerle también a la novia de mi hermano, ya que sabiendo mi situación fue sumamente comprensiva de que él se quedara conmigo y me transmitiera todo su apoyo y comprensión, diciéndome que contaría con ellos toda la vida, este tipo de acciones que hacen los hermanos.
Fue así, como al siguiente día le pedí ayuda a mi “bro” para empezar de nuevo, porque estaba claro que nadie lo haría por mí. Sacamos los botes de pintura que tenía guardados en mi recámara y comenzamos a pintarla como una especie de catarsis. Ramón fue paciente conmigo y con mis lágrimas, con mis ansias de hablar toda la noche, madrugada, mañana y tarde sobre mi dolor; con la ternura de un hermano mayor que ve a su hermanita herida, con las alas rotas y el pico quebrado, a la cual acoge, venda y con paciencia espera.
En esos momentos, escuchando una playlist en la que tenemos de la música más variada que podrían imaginar -dado que él es pianista profesional y ama la música clásica, y es una de las muchas cosas que comparto con él-; más mis extravagantes variaciones musicales, se puso una canción que, he de confesar, he estado cantando al menos una vez al día desde ese momento, ya hace 15 días.
La canción es “Nothing breaks like a heart” de Miley Cyrus. No es una cantante que alguna vez haya escuchado, ni siquiera cuando tenía una serie en Disney Channel, pero su canción tiene un ritmo que me hace ponerme de buen humor, y el coro era lo que más cantaba a todo pulmón, aquel 1° de enero 2019: “nothing breaks like a heart… we live and die by pretty lies, you know it”.
Era una forma de decirme a mí misma que todo estaría bien, y vaya que las cosas han evolucionado desde ese momento.
He estado trabajando mucho en mí, desde hace dos meses, he recibido el apoyo más maravilloso de mis verdaderos amigos, que quienes me conocen saben quiénes son porque han vivido conmigo todo este proceso, incluyendo al que me invitó a escribir para ustedes en algo que sabe me apasiona: la música.
Estoy perfeccionándome a través de mis experiencias, devorando libros que jamás imaginé leer, sentada frente a mi computadora compartiéndoles algo de mí, a través de la música, de cómo la siento y la vivo día con día, además de experimentar con música como la que acaban de mencionar. Alguien alguna vez me dijo que tener el corazón roto significaba que había intentado algo bueno.
Al final todos cometemos errores, perdemos nuestro camino. Todas las penas duelen, sólo que duelen diferente. Hasta los mejores tenemos días malos u oscuros, nos damos por vencidos o en mi caso, pierden 9 kilos. Aun así, seguimos adelante, nos esforzamos por aprender y mejorar, nos refugiamos en los que nos aprecian, en las buenas personas que jamás nos han herido con dolo y que se encuentran presentes a través del tiempo y las distancias, porque cuando menos lo esperas comienzas de nuevo a andar, con una perspectiva diferente de la vida, sin quitar la dulzura del alma.
Tal vez se pregunten qué pasó con aquella persona de la que tanto he escrito, la verdad es que no sé, ya no sé y hoy no quiero saber; pero como podrán ver no le tengo rencor, de hecho, deseo que se convierta en la buena persona que sé que puede ser y sea correcto. Por el momento lo único que puedo decir es GRACIAS.