Hay puertas que uno nunca quisiera abrir, pero que el paso de los años o las circunstancias de la vida obligan a hacerlo. Una de ellas es la de las despedidas.
Es difícil decir adiós, más cuando se sabe que aquella persona que se va no pertenece más a este plano terrenal. Cómo decir adiós. Cómo aprender a vivir con la ausencia. Cómo dejar de aferrarse al deseo de volver a ver a esa persona.
Hace unos días mi familia más cercana tuvo que abrir esa puerta. Y fue doloroso, más en tiempos en que la maldita pandemia nos aleja de aquellos que queremos, que nos impide abrazarlos e intentar llenar ese vacío.
Y es que, ¿cómo decir que todo está bien cuando uno no está preparado para abrir la puerta del adiós? ¿Cómo ser la fortaleza del otro, cuando al entrar a ese vacío sólo hay oscuridad y un frío que recorre la piel?
Qué difícil es decir adiós. Qué difícil es pensar que ya no volveremos a ver a esa persona, que dejaremos de disfrutar de su presencia, de acompañarla en sus momentos complicados, que esa persona ya descansa y que nosotros nos quedamos aquí, sufriendo su partida.
Hay puertas que uno nunca quisiera abrir. Pero que la vida y la maldita pandemia nos obliga a hacerlo. Y ya adentro de ese lugar, oscuro, vacío y de frío que eriza la piel, hay que aprender a volver a vivir.