Esta la semana salieron los resultados de este año para las becas de Jóvenes Creadores. Recordé que, el año anterior, cuando vi los resultados de mi último intento, de mi último rechazo, pasé el día llorando (o casi porque era día de trabajo y no podía andar así en la oficina todo el tiempo). A un año de eso me animé a escribir al respecto porque un año sí ayuda un poco a tener perspectiva.
Mi historia con el Fonca es una historia del rechazo. Desde que terminé la licenciatura, con devoción y esperanza redacté varios proyectos para obtener una beca para escribir poesía. Algunos de esos proyectos los escribí en su totalidad; otros se quedaron a la mitad por falta de entusiasmo o de gusto o por otras razones; otros, los menos, tuvieron la fortuna de publicarse.
¿Qué se necesita para ser el feliz ganador de una beca Fonca? Nunca lo supe ni lo sabré y es hora de aprender a vivir sin la necesidad de saberlo, pero pasé años tratando de adivinarlo: el proyecto, los poemas, la trayectoria, la suerte, los jurados en turno. Tal vez hay otros factores: con quién tomas talleres, cómo organizas tu documentación, quién te recomienda, en qué categoría aplicas. No sé.
A finales de 2012 vi impreso mi primer libro de poemas: Quién vive. Para entonces ya había solicitado beca, sin éxito, en 2009 y 2010 (2011 lo pasé haciendo maestría y eso me absorbía por completo así que no tuve cabeza para el Fonca). Pero el tener en mis manos el Quién vive me animó a continuar la carrera por la beca (comencé a enviar también a la Fundación para las Letras Mexicanas hasta que ya no pude y con el mismo resultado del rechazo). Pensé que el libro me daría currículum suficiente para que cuando saliera la convocatoria de 2013, ahora sí, se fijaran en mí los jurados. Ese año tampoco me la dieron.
Apliqué para las becas de los años siguientes de manera ininterrumpida, en mis discos duros tengo carpetas que contienen la documentación hecha para las solicitudes de 2014, 2015, 2016, 2017, 2018 y 2019, año en que se me terminó la “juventud creadora”. En 2014 publiqué mi segundo libro: Entre mares alados, y ese año también pensé que con esa publicación los jurados voltearían a verme. Y nada. En 2016 igual, salió ¿No habrá puerta de salida? Y de nueva cuenta pensé que ahora sí. Pero no.
A la par de los libros publicados seguía creciendo de a poquito mi “carrera literaria”, con publicaciones en revistas, invitaciones a lecturas, charlas, debates, encuentros, con presentaciones en ferias nacionales de libro, con presencia en programas de radio. Hasta gané un premio de poesía, pequeño, pero al fin premio de poesía. Ya en 2018 y 2019 mi currículum literario tenía lo suficiente, según yo. Pero nada, siempre me quedé en la tablita, jamás sobreviví al último corte.
Me consta que hay gente con beca Fonca que tiene mucho talento, y me alegro por esas personas auténticas y trabajadoras y comprometidas que sé que llegan a ese beneficio sin estar “apalancadas” ni “recomendadas” (pues mucho se habla de la corrupción y los apadrinados, pero ese no es tema aquí). Y no dudo de su talento ni de sus propuestas estéticas; me da gusto que hayan sido amigos míos los beneficiados, pero al mismo tiempo me deprime ver que sí es posible llegar sin que nada ni nadie te respalde más que tu propio talento.
Cuando empecé la mudanza al departamento en que ahora vivo estuve revisando documentos para hacer depuración de cosas innecesarias. En una caja con cartas de amigas de antaño hallé una de mi mamá, que me dio como parte de una actividad escolar, cuando terminé la primaria. En ella escribió —palabras más, palabras menos— que siempre que luchara fervientemente por algo lo iba a conseguir. Qué mentira tan grande, porque luché con todo lo que yo tenía para una beca Fonca y jamás la obtuve. Pero después de un año de la tragedia me pregunto si de verdad era fundamental pasar meses frustrada sintiéndome basura.
La lucha por la beca fue un camino de años, un trajinar muy sisifiano, pero sin la felicidad de la que el héroe, tal como lo describe Albert Camus, hace alarde. El hecho es que no importa lo mucho que uno intente o se esfuerce, hay cosas que no se logran. Sí es posible dar todo lo que uno es a cambio de algo para sencillamente no obtenerlo. Y ya no depende de uno. Es como cuando te enamoras de alguien y haces todo lo que está en tu poder para que la relación funcione y estén juntos, pero resulta que todo no es suficiente, que a veces las cosas no son, y ya, y no hay manera de entenderlo ni de cambiarlo.
Y no debería ser tan importante este reconocimiento de los otros, de esos que desde su posición de poder deciden quién es merecedor de un apoyo, pero la realidad es que ese apoyo viene acompañado de muchas puertas abiertas. Mi derrota (y el motivo del llanto a pausas por un año) sigue siendo que yo no he podido dar el paso a ese reconocimiento. Y no exagero. He visto el salto que da la gente que tiene este apoyo y es un fracaso personal saber que eso no es para mí, al menos no de esta forma.
Pero bueno ya, si no te toca no te toca, y como reza el refrán: “Si la vida te da limones, haces limonada”. ¿Acaso voy a dejar de escribir porque hay gente que no puede apreciar mi trabajo? No, no va a ser así. Hay cosas que yo sé y tengo por seguras: existe algo en mí que es auténtico, tengo un compromiso estético con lo que escribo y el deseo por crear es verdadero y ha existido desde hace mucho y existirá más allá de lo que piensen los otros.
No es que me sorprenda que la vida sea injusta y cruel. Ya estoy grandecita como para no superarlo. Estoy convencida de que peor es abandonar —y ahí entra Sísifo, el feliz—, peor es perder la convicción en lo que haces a favor de aquellos que no voltean a verte. Vuelvo al hecho de que el esfuerzo no siempre es recompensado, o quizá sí, pero no de la manera que se espera. Y si uno se empeña en obtener las cosas sólo de cierta forma deja de ver todo lo que hay afuera de esa mirada de burro lechero. Es como si siguiera obsesionada con el hombre que me despreció, y por ello hubiera decidido no voltear a ver a nadie nunca. La vida “me dio limones” y me casé felizmente con alguien a quien me tomó mucho tiempo voltear a ver por invertir años pensando que lo otro era lo que yo realmente necesitaba.
No sabré qué se siente ser becaria Fonca y estoy segura de que me costará más trabajo llegar a los lugares que quiero, pero si me resigno a que la beca era el único camino estaré cometiendo un error enorme. También tengo amigos sin becas que siguen haciendo sus cosas y son igualmente admirables, así que no tengo por qué permitir que opiniones de personas que no me conocen me determinen y me detengan.