Acabé de leer Ceniza en la boca de Brenda Navarro, novela que cuenta la historia del suicidio de Diego, hermano menor de la protagonista. Es una novela que a mí y a Sandra nos gustó lo suficiente como para inaugurar nuestro club de lectura virtual con ella. La historia toca varios temas, además del suicidio, que se entrecruzan: la discriminación, la violencia, la necesidad de migrar, la desigualdad laboral, la sociedad fracturada, la hipocresía. Son temas que se van apareciendo uno tras otro y contienen en sí mismos vertientes y perspectivas.
Comencé esta entrada haciendo mención del club de lectura porque una de las bellezas de la lectura en comunidad es que permite ver detalles que a algunas personas les resonaron especialmente y con mucha más profundidad que a otras, además de poder apreciar distintas miradas y experiencias sobre los mismos asuntos. Por ejemplo, una persona comentó que la manera en que la autora hablaba de la migración le había resultado bastante familiar por cosas que vivió su papá como inmigrante en México; nos contó algunas experiencias de discriminación y de burocracia absurda que tuvo que sortear debido a que él era extranjero.
Por supuesto hablamos del suicidio, que es el tema “gancho”, y nos dimos cuenta de que a partir de este acontecimiento la autora comenzaba a deshilvanar las relaciones familiares que desde antes del suicidio ya estaban fragmentadas, descompuestas, rotas. En este aspecto otra persona comentó que le era muy significativo el asunto del acompañamiento y la complicidad entre hermanos. De nuevo apelando a experiencias personales, recordó cómo había vivido su infancia en compañía de sus hermanos y lo comentó para enfatizar que existía una suerte de pacto no dicho entre los cinco que permitía que, entre todos, aunque las cosas estuviesen difíciles y complicadas, había una suerte de consuelo y seguridad porque jamás estarían solos.
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Personalmente me resonó bastante un tema que también forma parte de la rotura de la familia que Brenda Navarro busca retratar en esta novela. Un tema que la lectura comunitaria me impulsó a hablar, así como las demás personas hablaron de sus ecos personales. La madre de la protagonista tiene que abandonar a sus dos hijos para irse a otro país en busca de mejores condiciones de vida; los niños, de padre ausente, se quedan a cargo de la abuela. Cuando la protagonista pregunta quién es su papá y por qué no sabe de él, la abuela responde: “Yo creo que la violaron, yo creo que eso fue lo que pasó y ya ves cómo es tu mamá, que no dice nada y que se calla y que se enoja si se le pregunta. Pero yo creo que la violaron. […] ¡Chamaca pendeja, te estoy diciendo que la violaron y tú lo único que quieres saber es quién es tu papá! ¿Y qué que no tengas papá? ¿Te hace falta algo, te falta amor, cariño, juguetes, comida?” La protagonista, después de la retahíla de su abuela, concluye: “Y yo bajaba la cabeza porque no sabía, pero quería saber. No sé qué quiero saber, pero quiero saber, le decía.” Así como las otras personas en el club se sintieron de alguna manera vinculadas con ciertos temas o escenas, yo sentí que era yo misma esa que quería saber, pero no tenía modo de obtener respuesta.
Quise hacer también esta reflexión porque ya se viene el día del padre y yo nunca tuve uno a quien hacerle el regalo correspondiente ni la comida ni la felicitación; me sentí que era yo porque sólo una vez pregunté con todas las letras y mi mamá me devolvió un nombre, pero supe el esfuerzo que le había costado dármelo y casi pude ver cómo ella se comenzaba a tragar el llanto.
De paso me puse a pensar en cuántos padres ausentes hay en el mundo y lo sencillo que es para ellos desaparecer y en que es un hecho que las mujeres siempre tenemos las de perder. Como la protagonista, me imaginé que mis tías me dijeran: “¿Te hace falta algo?”; en realidad no me lo dijeron, pero me demostraron que nada nunca me iba a hacer falta. La ausencia del padre toda mi vida ha sido subsanada por otras presencias que no forman parte de la familia tradicional pero que son más fuertes y más constantes que lo que la sociedad espera.
Al respecto les quiero compartir un recuerdo: hace muchos años, en un viaje que hicimos todas mis tías y mi mamá a Estados Unidos, la señorita de la aduana no podía entender que nosotras nos presentábamos con tal convicción como familia. Siento que pensó que no estábamos entendiendo el inglés y ella se esforzó en usar su pobre español para decir: “Familia vive en misma casa”, “familia es padre, madre e hijos”. ¿Por qué me acuerdo de estas cosas? No tengo idea, supongo que es uno de esos detalles definitorios en la niñez, como aquel otro de cuando hice la tarjeta para el día del padre y no sabía cómo explicarle a la maestra que yo no tenía uno, y de todos modos la hice (porque era parte de la actividad escolar) y mi mamá me hizo dársela a mi abuelo.
No supe, no sé, nunca he sabido, decidí no hacer preguntas. Pero un día la inquietud llegó para quedarse, porque un día fui al doctor (no recuerdo ni por qué, algo intrascendente, querer bajar de peso, creo) y el doctor me pidió llenar un formulario para saber mi historia clínica. Fue muy fuerte para mí darme cuenta de que del lado de mi mamá tenía toda la información, pero del otro no podía más que dejar los espacios en blanco. Yo no hablo de esto, pero tampoco me lo quedo atorado, entonces, como es lo único que sé hacer, he estado escribiéndolo a cuentagotas, poco a poco, en un libro.
La lectura de Ceniza en la boca de Brenda Navarro me removió muchas cosas. En realidad, es un libro que gusta de incomodar e incita a cuestionar a la sociedad. Si lo leen, me cuentan qué cosas les removió y también qué les pareció el título, porque a mí me voló la cabeza.