Cuando éramos novios, caminábamos por las calles del centro como si el tiempo no apremiara y tuviéramos que volver a casa. Si quieres, decías. Sí quiero, respondía.
En esos paseos, el sol cedía su reinado sobre el día, llegaba la luna a poseer las calles y nosotros seguíamos caminando, sin parar. No importaba si las bancas de Bellas Artes o de la Alameda ya nos soñaran, si la comida china estuviera por cerrar, éramos felices.
Uno de esos días, en las escaleras de la Plaza de Guardiola, sacaste tu teléfono, le enchufaste los audífonos y reproduciste una canción que se convirtió en el soundtrack de esa bella época.
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Me diste uno de los audífonos y por instinto me recargué en tu hombro. Creo que la escena, el cielo a medio anochecer y la soledad de las calles te inspiró a cantarme.
“Yo me estaría toda la vida, siempre a tu lado, porque, mi vida, estoy de ti enamorada”, dijiste.
A mí se me ahogaron las emociones, se agolparon en forma de lágrimas y varias rodaron por mis mejillas. No podía decir nada.
Y seguiste:
“De que me gustas es verdad. De que te quiero es verdad. Mas si me quieres aceptar, no necesitas decir sí. Tan solo bésame y sabrás que como un loco estoy de ti, enamorado”.
Y mientras Juan Gabriel extendía su enamorado, me volteaste a ver, levantaste mi cara con tu mano y me besaste en la frente.
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Fue mágico. Te juro que algo explotó dentro de mí. Y fue justo en ese momento cuando supe que nuestra historia trascendería el tiempo y la vida.
Y nos dijimos eso y muchas cosas más en dos palabras, y sentimos que nada nos podría vencer, y quisimos demostrar que nada ni nadie podría con nosotros… Ni nosotros mismos.
Hoy, mientras camino frente a la Plaza de Guardiola, volteo a aquellas escaleras y veo el recuerdo de lo que fue, de lo que vive en mí, de lo que trascenderá mi tiempo, mi vida y mi ser.
Y sí, aunque ya no estás, aún suena Si quieres.