Como forma de abonar a las múltiples reflexiones que se dan en torno a la sexualidad LGBTIQ+ en este mes quiero hablar un poco de una novela que desde que la leí me pareció de lo más extraordinario y honesto que se me pudo haber atravesado.
Camila Sosa Villada ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por Las malas. (Sí, ya sé que es un premio que sólo se otorga a mujeres y entonces por qué se lo dan a una trans. No vamos a discutir eso.) Por el lado estético puedo decir que la prosa de Camila Sosa es tenaz pero poética, fluida pero desgarradora. Y en cuanto a la profundidad creo que es fundamental la capacidad de resaltar la belleza en medio de la sordidez; en esta novela hay un extraño equilibrio entre lo duro y lo hermoso habla de cómo se vive la condición femenina, desde un ángulo distinto pero no por eso menos auténtico. Camila sumerge al lector en historias duras que reflejan una realidad que hace falta mirar; historias de enojo y soledad que sin duda desgarran, pero que al mismo tiempo están matizadas con un toque de alegría que sorprende.
Narrado en primera persona y con tintes autobiográficos, la autora nos lleva a través de algunos años cruciales de su vida, desde que comienza a explorar su identidad y a escondidas comienza a arreglarse como mujer para salir a la calle, hasta que hace comunidad con un grupo de travestis que al igual que ella encuentran en la prostitución un modo de existir, acaso uno de los poquísimos que la sociedad les permite.
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A lo largo del libro Camila nos muestra la dura realidad de las travestis; entremedio, como pequeñas postales de su pasado, nos cuenta sobre su propia vida; de cuando su padre se asegura de vaticinarle su destino: sólo puede aspirar a ser asesinada y arrojada en una zanja; de cómo es la única travesti que asiste a la facultad; de cómo se confecciona su primer vestido a partir de unas cortinas y de su primer contacto con un lápiz labial; de cómo es el encuentro con su primer “cliente” y también su primera experiencia de abuso por ser lo que es.
La novela transmite la sórdida realidad del secreto y la dificultad de tener que existir bajo las sombras. Pero no es sólo eso; también hay en el libro, en el mismo nivel de la sordidez y la tristeza, una serie de elementos maravillosos que recuerdan al realismo mágico latinoamericano y que convierten a la novela en una apuesta inesperada de narrativa. Dentro de la ágil condensación de historias conmovedoras y tristísimas está la de la tía Encarna, que funge de madre para la comunidad entera y que adopta como propio a un niño abandonado en el parque, junto con todo lo que esto implica. También está la historia de Laura, la única del grupo que sí nació mujer y que está embarazada, las historias de Angy y de Sandra, cada una con sus propias tragedias y dificultades. Todo esto fluye de la mano de peculiares transformaciones inesperadas: una travesti convertida poco a poco, casi imperceptiblemente en pájaro, otra en loba, y qué decir de algunas otras apariciones fantásticas como la de los hombres sin cabeza.
Iba a decir que es un libro necesario, pero siento que este calificativo ya está demasiado manoseado y comienza a dejar de significar. ¿Es necesario porque muestra la terrible realidad de las travestis que tratan de buscar un lugar en el mundo? Me lo pregunto porque por un lado digo que sí, que tenemos que hablar de eso, tenemos que seguir quitando juicios obsoletos sobre vidas que no entendemos, tenemos que abrir los ojos y ver de cerca y entender por qué la oscuridad y la clandestinidad se convierten en el destino inmediato de los que son incómodos a la sociedad.
Las malas es un libro sobre las dificultades, pero también sobre la luz y la fiesta, y esto me pareció maravilloso. La muerte, los abusos, las violaciones y las penurias que pasan las travestis logra opacarse por la alegría. Las malas es especialmente valioso por lo que, sospecho, no está escrito, es decir, es un libro que anestesia la culpa de una sociedad que persigue travestis. Un libro que no cuenta seguramente ni un pedacito del horror que hace treinta años fue ser travesti, un destino de ser peluquera o cantante, en el mejor de los casos, o puta asesinada, en el peor.
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El libro tiene mucho silencio y mucho dolor y mucho resentimiento, pero la venganza es devolverlo todo en una canción a través de las palabras. El libro demuestra que de todo aquello puede nacer una fiesta. “«Tenés derecho a ser feliz», nos decía La Tía Encarna desde su sillón en el patio. «La posibilidad de ser feliz también existe».” Así comunica Camila Sosa una parte de la sabiduría. En efecto, las historias son tristes, la prostitución es peligrosa, las travestis son golpeadas y asesinadas, el existir de esa manera es complicado por los múltiples rechazos de la sociedad y de las propias familias, pero la comunidad que hacen las travestis es auténtica y la autora constantemente recuerda que esa vida también tiene posibilidades hermosas, que también tienen ganas, como todos, de ser felices en medio del dolor y la soledad que invade sus existencias.Y también hay cuestionamientos. Dejo uno a manera de conclusión: es famosa la lucha feminista a favor de la maternidad deseada, “la maternidad será deseada o no será”, pero ¿qué pasa cuando la maternidad llega a una travesti, cuando un niño es abandonado en el parque y sólo ella lo arropa como suyo? Esta fue una oportunidad única de maternar y no fue deseado, pero fue, porque negar todas las formas de maternidad en una sola consigna deja fuera una gama de posibilidades.