Señales

Señales
Para nosotros fueron señales. Foto: Juan Pedro Salazar.

Quizá fueron coincidencias, tal vez con mayor calma y razón, tenían explicación, pero para nosotros fueron señales, como si el abuelo nos hubiera pasado lista por haberlo ido a visitar.

Ese día, luego de que le pusimos flores en su tumba, le dejamos una vela y le rezamos un poco, una bolsa de naranjas que mi abuelita había llevado, se cayó, así, sin más, no había corrientes de aire o algún animalito que las hubiera empujado. Nada.

Así que mi prima, que estaba atenta a los detalles, dijo: sí papá Pedro, ya nos la vamos a comer.

Volteamos a verla y nos explicó lo que vio. Así que mi papá empezó a partir las naranjas por la mitad y a repartirlas a quienes estábamos ahí.

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Creo que a mi abuelo le hubiera gustado esa escena, la comida compartida entre la familia, como cuando lo íbamos a visitas y nos ofrecía lo que habia en su casa, no importaba si eras familia o un agregado cultural, para todas y todos había algo que ofrecer.

Así que empezamos a comernos la naranja y, les juro, fue la cosa más dulce que había probado en días. Me dio la dosis de azúcar que necesitaba para compensar las lágrimas que momentos antes había soltado.

Después de comer la naranja y recoger la basura, nuestra atención se centró en un pajarito que apareció de pronto en el lugar.

Cantaba o silbaba, o quizá era otra de las señales que mi abuelo nos mandó para hacernos saber que se sentía feliz de vernos ahí.

El pajarito se detuvo en una de las ramas del pirul que cobija la tumba de Pedro. Cantó unos tres minutos, mientras los ojos de todos y todas exploraban las ramas en espera de hallar al animalito.

Unos lo vieron, otros no. Pero eso no quitó que su canto fuera un remanso en medio de la nostalgia.

Después, le hablamos al abuelo, le dijimos que pronto regresaríamos, que ahí le encargábamos que nos hiciera llegar con bien a casa y que lo queríamos mucho.

De regreso a la casa de la hermana de mi abue, mi cabeza volvió a aquellos días de tristeza, en busca de señales similares.

Y pasaron.

Antes de fallecer, la Sombra dijo que no quería misa el día que la mala hora le llegara. Y eso pasó. Respetuosos de las tradiciones, mi familia trato de conseguir una misa, en la casa de los abuelos y en el.pueblo donde fue sepultado. Pero nada.

En su casa no tuvimos éxito porque los padres no ofrecían misas a domicilio. En la tierra donde ya descansa, un padre quedó atorado en una manifestación y otro andaba en un pueblo a dos horas de ahí.

Así que no hubo misa.

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La otra señal fue cuando nos íbamos tras el entierro. Justo cuando la camioneta iba dando la vuelta a la altura del panteón, una parte de la luz del sol se puso sobre la zona del panteón, fue como un adiós y un gracias por parte del abuelo.

Quizá fueron coincidencias. Quizá cada uno de sus momentos tienen una explicación racional. Pero para nosotros, que andamos en busca de consuelo cada tanto, fueron señales.

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